Un niño de 11 años forma un lío por querer formar un lío a seis becerros en la América taurina. Los taurinos asistimos atónitos a un debate social que han generado los medios generalistas poniendo el grito en el cielo porque Michelito, un menor de edad –con Récord Ginnes incluído-, se va a Méxicopara torear, como ya hicieran en su día otras grandes figuras del toreo. Estrellas mediáticas y prestigiosas plumas esgrimen un doble lenguaje de moralidad porque el acontecimiento lleva apellido taurino. Doble lenguaje porque sus palabras callan o esconden más de lo que hablan. Y doble moral también.
¿O es que desde Cataluña a Andalucía, pasando por los cuatro puntos cardinales de nuestro mapa de la piel de toro no existen otros chiquillos que practican atrevidos ejercicios que ponen en peligro su integridad física y que incluso son más arriesgados que ponerse delante de un becerro? Léase: chavales que conducen motos de cilindrada en competiciones deportivas, o los tradicionales Castellets en los que participan niños que escalan una torre humana de varios metros de altura, o pequeños que se inician a cortas edades en la hípica, por no mencionar las deformaciones que sufre el cuerpo de otroschic@sen algunas disciplinas deportivas de élite, como la gimnasia rítmica, por citar algunos ejemplos.
Aquí no cuestionamos si eso se permite o se debería dejar de permitir. Se trata de describir un hecho objetivo yendo mucho más allá. Porque es una obscenidad y una hipocresía que nunca se produzcan debates morales sobre todos estos asuntos, y sí los haya cuando el tema en cuestión roce o entronque de lleno con el mundo del toro. Más bien da la impresión, posiblemente, de que la verdadera utilización de la frágil imagen de un niño vestido de torero está sirviendo de serpiente de verano -o de invierno- de cara a la audiencia. Esa sería la verdadera manipulación y no la de un niño que voluntariamente se enfunda el traje de luces pensando que algún día podría llegar a ser una figura del toreo.
Medios que no abren este debate para “salvar” la infancia de un chiquillo en pos de no ser consciente de lo que hace, sino para cautivar a una audiencia a cualquier precio. Subyace además de todo este debate una falta de perspectiva: se piensa que es inusual que un pequeño pueda querer torear o que toree. Nada más lejos de la realidad. Hechos como éste acontecen a menudo en los pueblos de nuestra geografía rural cuando niños en las fiestas populares saltan las tablas del callejón para “pegar pases” a las vaquillas de turno.
Ya “hicieron las Américas” un niñísimo Juli, un no menos precoz Espartaco, o el jovencísimo Juan Pedro Galán, al igual que tantos otros consagrados espadas. Y es que esta ignorante crítica sitúa y confunde a la América taurina con el Tercer Mundo, por permitir que un niño que apenas tiene desarrollado el uso de razón salte al ruedo a jugar a ser torero. Lo que esa crítica desconoce es que aquella tierra no se ubica en ese atrasado y obsoleto Tercer Mundo, sino en otro orbe, civilizado y distinto del que por una vez podríamos aprender que el Nuevo Mundo que descubrió Colón quizá no esté tan lejos como algunos quieren hacernos creer.