La tarde de los domingos en Las Ventas no termina de remontar el vuelo. Tres hombres jugándose la vida y yo entrando en estado de meditación trascendental. Una pena que se llegue a estos extremos por lo poco ocurrido en el ruedo. Lástima que tan poca cosa te lleve a un especial estado de felicidad. ¡Qué paz! ¿Será esto el Santoísmo?, ¿me estaré volviendo budista? ¿Se contagiará la presencia de los japoneses? ¿He sido infiel a mi religión? Pues más bien creo que no, que todo se resume en una palabra: aburrimiento.
No es que no hubiera toros, que sí los hubo, que yo los vi. No es que no hubiera toreros, que también los hubo y hasta de tres nacionalidades. Pero toreo, lo que se dice toreo…
El mexicano Rafael Ortega llegó a Madrid para confirmar su alternativa (en la imagen) y eso hizo, poco más. No es que no pusiera voluntad el tlaxcalteca, que la puso. Ante su primero, un ejemplar de Los Derramaderos, divisa titular que llevaron los cinco primeros, no se amedrentó ante las complicaciones del astado. Algún muletazo suelto con la diestra, muy molestado por el viento, fueron lo único que Ortega pudo hacer ante un parado animal que no tuvo ni un pase por el pitón izquierdo. El cuarto no tuvo clase ninguna, embistiendo siempre con la cara alta y sin recorrido. Faena pulcra sin emoción en la que lo mejor, al igual que en su primero, fueron los arriesgados pares de banderillas.
El venezolano Leonardo Benítez colaboró aún más para alcanzar el Nirvana. Tampoco puede achacársele a él la elevación a dicho estado, ya que sus dos toros tampoco le dieron mayor opción. El segundo ejemplar de la tarde fue incierto de salida, condición que mantuvo en el último tercio. Comenzó la faena en los medios con una buena tanda por la derecha, pero todo quedó en un espejismo. El toro comenzó a tirarle derrotes y se sucedieron los enganchones ante un animal que acabó desarrollando mucho sentido. Con el quinto, un animal sin clase y sin transmisión que desparramó la vista, el caraqueño lo intentó, pero sin condimentos, la faena resultó insípida. También destacó su quehacer con los rehiletes.
Completaba el cartel el almeriense Ruiz Manuel, que tuvo el detalle de no bajar al público de ese sitio destinado a los seguidores de Buda. Su primero desparramó siempre la vista y no tuvo recorrido en la muleta. Ninguna opción para el lucimiento. Más calidad tuvo el sexto, un remiendo de Valdeolivas que, aunque a Jesús Gil no le servirá para subir a primera, sí que ofreció más posibilidades. Ruiz Manuelestuvo templado ante la nobleza del astado, pero la faena no alcanzó mayores vuelos debido a la justeza de fuerza del ejemplar, que restó emoción a la faena.
Lo dicho, el Nirvana. Hasta para esto sirve el toreo. ¡Qué felicidad!, ¡qué paz!
FOTOGRAFÍA: RAQUEL SOPEÑA