Se dirigía Caballero hacia su apoderado, anticipándose a lo que éste pudiera referirse y que, seguramente, sería lamento, la queja lastimera por haber dejado el diestro inconclusa una faena grande, de las de férrea estructura, de las que enaltecen el toreo. Pero dos pinchazos dejaron sin oxígeno el globo triunfal que Caballero había ido hinchando tanda a tanda.
Peligró la estancia en el ruedo de ese quinto toro, manso y aparentemente derrengado del tercio posterior, pero como aguantó sin caerse en banderillas, se saldó del repudio presidencial. Caballero lo sacó de la querencia, y en base a la aplicación de un temple exquisito, elixir mágico, consiguió revitalizar de serie en serie al toro y dejarlo con una embestida pastueña para subrayar naturales cadenciosos, largos, instrumentados con soltura y exactitud perfecta. Pero la espada… ¡No me digas nada! Le digo, Caballero, que si hubiese entrado el estoque al primer viaje como ocurrió en el segundo toro, habría salido usted de su plaza con tres orejas o quién sabe… El segundo toro quiso quedarse el corbartín de Caballero en prenda y al hacer la cruz se lo sacó de entre la camisa. Esa estocada valió por sí la oreja, mas contaba también con una faena con e
aval a brazo partido para torear las rabiosas embestidas del burel.
De José Tomás en su segunda tarde provinieron las sutilezas formales a un toro ensabanado con las pilas gastadas. Lo toreó al ralentí, de manera superficial, consintiéndole el viaje a media altura para no quebrantarlo y acabó la faena exornándola con tacto y delicadeza compositiva, mezclando trincheras con recortes y pases de pecho. La estocada no fue muy ortodoxa y sólo le fue otorgada una oreja. Muy deslucido fue el sexto, no dejó estar y sus destemplanzas unidas al viento dejaron un trasteo embarullado.
Finito desapareció de la plaza a la muerte del cuarto toro en dirección a la enfermería. Llevaba un corte profundo en el índice de la mano izquierda. Se le había escapado el verduguillo en golpe fallido y le cayó encima cuando trataba de descabellar al sobrero deslucido de Las Ramblas que lidió en cuarto lugar y con el que mantuvo una porfía tesonera para sacarle algún pase.
Toreando al primero de Núñez del Cuvillo, el cordobés se quejó del pulgar de la misma mano que exhibía vendado para amortiguar el dolor. Finito explicó que posiblemente tenía una fractura e iba a hacerse una radiografía al término de la corrida. Además de los rayos x, habrán tenido que aplicarle algún punto de sutura para cortar la abundante hemorragia del dedo índice. El primer toro, apurado, no repitió los viajes y la faena de Finito tampoco alcanzó robustez.