Es un tópico, pero es lo mejor que se puede decir para definir al sexto de Torrestrella: fue el novillo soñado. Y salió este Pastelero nada menos que en Sevilla, toma ya. Y nada menos que a uno de los novilleros que más despuntan en este momento. Y fue un espectáculo verlo embestir, y otro ver lo bien que lo toreaba Salvador Vega por momentos, porque tampoco es fácil cuajar de pitón a rabo a un novillo como éste. Es como el que bucea fenomenal, pero necesita, de cuando en cuando, sacar la cabeza del agua porque si no se asfixia. Algo así…
Este Pastelero del hierro de Torrestrella es de los que salen de tarde en tarde, de los que hunden o encumbran a los toreros. De los que le arreglan la fachada a cualquier novillada o tarde, por muy en picado que vaya. Y es que los de Torrestrella no fueron tan virtuosos como otros años en esta plaza, faltándole a la novillada fondo que le impidiera ir a menos en el último tercio. Pastelero pesó 429 kilos, pero tuvo trapío y cara de bravo, por lo que llenó la plaza, supliendo su falta de tamaño con su exceso de bravura.
Que se lo pregunten a Salvador Vega, que ni se encumbró con él (algo faltó pese a estar el malagueño muy bien) ni cedió a los ímpetus de este impresionante caudal de bravura. La faena fue un pulso entre la bravura en su más pura expresión (prontitud, galope, entrega, recorrido, repetición…) y las condiciones toreras de un chaval de 16 años. Pulso en el que la balanza se iba del lado del novillo a veces, y otras del lado del novillero. Choque emocionante. Una faena que comenzó con toreo acompasado por la derecha, que contó con toreo profundo al natural y que terminó con cosas de mucho sabor ejecutadas a dos manos.
A veces faltó clamor a la faena, pero nunca decayó el interés. Salvador Vega estuvo bien, faltándole únicamente pasear las dos orejas de este novillo de lujo. Además de los altibajos, le falló la espada al final.
Puede que éste fuera de los pocos fallos del tal Vega, que estuvo en novillero toda la tarde: queriendo hacer muchas cosas y haciéndolas bien, como cuando se mostró muy por encima de su primero, muy dispuesto y firme todo el tiempo.
También se pueden decir cosas buenas de Alejandro Amaya, en la imagen. Se puede elogiar, por ejemplo, el empaque de su toreo de capa, que se empeña en hacer con el capote muy recogido, sin apenas sacar las manos. Toreó así a los dos, pero especialmente bien a su primero. Este novillo apenas le dejó hacer más porque se agotó, víctima quizás de un excesivo castigo. En el quinto sí pudo dejar muestras de la calidad de su toreo de muleta. De ‘tomasiano’ concepto, Amaya se sintió en el toreo diestro y toreó con clase. El novillo se rajó por el izquierdo, pero el cuate siguió toreando bien por el derecho. La calidad de su toreo pudo ser premiada, pero falló la misma espada que en el otro había entrado a la primera.
Grande la diferencia entre estos dos novilleros y el sevillano Rafael Roca. Atenazado, rígido y nervioso por la responsabilidad y lo emotivo del compromiso, ni siquiera le valió de aliento tener el mejor lote.
FOTOGRAFÍA: ARJONA.