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Por JOSÉ MIGUEL ARRUEGO
Sevilla (España).La de Ojeda a ‘Dédalo’ fue mucho más que la gran faena de la Feria de Abril del 88. La catarsis que aquel 15 de abril se vivió en La Maestranza fue la culminación de una tauromaquia distinta y de un concepto revolucionario, que desembocó en una de las obras más emotivas de esa inolvidable década, cada vez más lejana en el tiempo pero siempre presente en el recuerdo de los aficionados.
El estilo de Ojeda, fraguado en la soledad del campo, en ese marismeño rincón gaditano donde el Guadalquivir abraza al mar, tardó tiempo en macerar. Tanto, que pese a algunos éxitos resonantes como novillero sufrió la incomprensión y la indiferencia de profesionales y aficionados, que lo mantuvieron en el ostracismo hasta que la tarde veraniega de su confirmación en la plaza de Las Ventas acongojó al personal con un toro de Cortijoliva.
Aquella faena -corría el año 1982- abrió de manera definitiva esa corriente, ese concepto y esa pasión llamada ojedismo, que esa misma temporada contó con triunfos destacadísimos en El Puerto (donde cortó un rabo la tarde de los seis ensabanados de Osborne) o La Maestranza, donde abrió la Puerta del Principe después de encerrarse en solitario con seis toros de Manolo González. Esta meteórica ascensión a la cima la culminó Ojeda en 1983, sin duda la temporada más rotunda de su guadianesca trayectoria, pues, junto a una impresionante recolección de éxitos en Valencia, Barcelona, un rabo en Jerez… descerrajó en apenas un mes los candados de la puerta del Príncipe de Sevilla y por dos veces, el de la plaza de Las Ventas de Madrid.
Los años siguientes -con un ligero paréntesis en 1984 motivado entre otras razones por una grave cornada que un ‘jandilla’ le infirió en Las Ventas y por la muerte de Paquirrien Pozoblanco– fueron de reafirmación de una manera de torear tan personal, tan intensa, tan novedosa y tan distinta, que originó pasión y controversia, creó partidarios y detractores, enfrentó opiniones, y apuntaló las bases del toreo de nuestros días. En Youtube hay varias muestras. Pierdan una tarde y busquen las faenas de Burgos, La Línea, Algeciras, Murcia, Málaga, Jerez, Nîmes… en ese trienio que abarca las temporadas de 1985, 86 y 87.
Aquel 15 de abril en La Maestranza, Ojeda compiló en diez intensos minutos todo su legado. Fue bravo y temperamental aquel toro de Juan Pedro, largo y bien hecho, cornidelantero y astifino, pero el sanluqueño lo desafió desde la primera serie, cuando, cerrado en el tercio, en la baldosa donde esculpiría la faena, en el cuarto muletazo de su obra ya se metió entre los pitones.
Lo que vino después fue algo muchas veces visto, pero quizá nunca expresado con tanta fuerza y autoridad. Por el dominio de los terrenos del toro, por su quietud escalofriante, por los angostos embroques, por el cite en corto y el trazo largo, en redondo y hacia adentro, por el modo de ligar sin rectificar terreno, obligando al animal a girar sobre sí mismo en torno a un eje que a un tiempo le desafiaba en su camino y le obligaba a quebrar su trayectoria. Todo eso y mucho más tuvo aquel hito que marcó un antes y un después en la evolución de la Tauromaquia y que Ojeda rubricó de una estocada a matar o morir, en la que ‘Dédalo’ prendió al gaditano y le reventó la taleguilla a la altura de la rodilla. Más tensión, más intensidad, más épica.
Nadie entendió que después de aquella convulsión, a la que unió otra gran faena en San Isidro y cinco paseíllos seguidos en la Feria de Nîmes, Ojeda decidiera de modo repentino decir adiós a los ruedos tras una actuación el mes de julio en Marbella. Quizá porque para un domador de embestidas y voluntades como él, aquella faena supusiera ya entonces lo que con el paso del tiempo fue, un referente del toreo moderno y el culmen de su legado.
Real Maestranza de Caballería de Sevilla. Tercera de abono. Cartel de ‘No hay Billetes’. Toros de Juan Pedro Domecq, y un sobrero de José Luis Marcaen sexto lugar, de presentación muy ‘sevillana’ y de juego variado. Destacó el bravo quinto. Curro Romero, silencio y pitos; Paco Ojeda, vuelta y dos orejas; Espartaco, vuelta y oreja
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