Jesulín de Ubrique y Finito de Córdoba cortaron sendas orejas en Huelva, y Salvador Vega – como dice algún apoderado – le pegó patadas al futuro dinero que ganará en el toro porque se lió a pinchar hasta perder la Puerta Grande. Una pena, porque después de no dar cuartel en toda la tarde, de mantenerse en pie de guerra de principio a fin, su esfuerzo merecía un premio más tangible.
Porque Vega estuvo en verdad por encima de los dos toros de su lote. Al tercero lo toreó con mucho gusto a la verónica, con el capote suelto y grácil, y luego quitó por preciosas chicuelinas que ya dejaron a la gente con la mosca detrás de la oreja. ‘El que ha entrado por Jiménez sabe torear’, debieron pensar los onubenses. Y toreó Vega hasta que el desrazado toro de La Dehesilla se paró. Exprimió con temple y gusto lo poquito que tenía el animal, remató su medida labor con manoletinas muy de frente, y cuando el toro le pidió la muerte en la suerte natural, se empeño en atacarle en la contraria y lo pinchó tres veces.
De vacío estaba y sus compañeros con premio cuando salió el sexto de Buenavista, un toro al que dejó queriendo sin picar y al que le construyó una faena de gran interés. Se venía el toro de largo y por delante lo enganchaba Salvador. Luego lo llevaba lejos y con la mano baja, y cuando más caliente estaba el público (allá por el tercer pase de cada serie) entonces el toro amagaba ir y no iba, se frenaba, y acometía al paso y en dirección a los sobacos. Vega lo esperaba hasta el límite, y si el toro tragaba, el muletazo era lento y meritísimo, pero si por el contrario buscaba el cuerpo, el final de las tandas se deslucía. Tras un desarme propiciado por frenazo y derrote seco del toro, Vega se puso ya menos puro, alegró más a su enemigo, le buscó las cosquillas con su incipiente oficio, y ya todo salió más limpio aunque, obligatoriamente, menos auténtico porque el toro no permitía la pureza que quiso imprimir Vega en la primera parte de su faena. Muy enfibrado siempre, remató su faena con un gran toreo por bajo, se le fue la espada a los sótanos y lo terminó de emborronar todo con diez golpes de verduguillo.
Finito de Córdoba cortó una oreja de las que se sudan para cortarlas. Se la cortó a un toro encastado que se quedó sin picar y que luego tomó oxígeno y repitió mucho y no siempre bien. Mejor por el lado derecho, tobillero al principio y con más recorrido cuando Juan fue dominándolo, transmitió emoción al tendido y dio importancia a lo que hacía Finito. Y Finitoestuvo bien, muy decidido, sin acabar de fiarse porque el toro no era para estar relajado, pero tapando con oficio y veteranía las dudas que se cernían sobre su mente cada vez que el de Buenavista decía ‘allí voy’. Su faena tuvo ligazón sobre todo, también emoción, toques bruscos y sin embargo necesarios, y por desgracia además, pocos muletazos rematados por debajo de la pala del pitón. Debió romperse más con el toro, emplearse a tope, y así el triunfo hubiera sido más grande, aunque también el riesgo de la cornada se hubiera multiplicado.
Otro toro de triunfo, desde luego con más clase y verdadera bravura aunque con mucho menos motor fue el cuarto de Buenavista. Jesulín lo toreó limpio y templado, un tanto frío, muy técnico y quizá demasiado cerca. Porque al toro, mitad por asfixiado y mitad por verse muy encima al torero, le costó repetir de verdad las embestidas. Cuando lo hizo se vio que Jesús está bien, que lo ve claro, y que parar, templar y mandar son – como fueron siempre – las premisas básicas de su tauromaquia.
Nada pudo hacer en cambio Jesulín con el impresentable primero de La Dehesilla, ni tampoco Finito con otro toro del mismo hierro sin cara ni fuerza. Porque los tres remiendos de esta divisa empeoraron en todo (presentación y juego) a los tres armónicos e interesantísimos toros de Buenavista que saltaron al ruedo. Visto lo visto, debieron saltar seis.