La corrida de Jandilla no fue buena, pero tampoco tan mala como quisieron hacerla ver. Los toros llevaban dentro más mansedumbre que bravura, escasa fijeza, acometidas descompuestas, pero también es cierto que se lidió muy mal.
Los primeros tercios resultaron desordenados y eso los bureles lo acusaron. Fueron a los picadores a su aire, sin colocarlos y lo mismo se les picó en el caballo correspondiente que en el que hacía la puerta. Con esa desorganización, los animales se hicieron dueños de la situación en muchos casos, y en otros parecieron desentenderse de capotes y muletas.
Finito -en la imagen- fue el que mejor aprovechó el material, y si hubiera acertado con la espada, se habría llevado una oreja de cada uno. Su faena al segundo fue justa, medida y cargada de torería. Toreo elegante el del cordobés, en el que gustaron especialmente los remates, por su empaque y buen gusto.
Con el quinto se dobló al empezar la faena, para someter a un animal violento en los primeros viajes. El toro tuvo una embestida codiciosa y sudó el torero en los minutos que pasó delante de él. Estuvo entregado, hizo un esfuerzo meritorio con un toro que no permitía un respiro y la faena tuvo vibración por la emoción que transmitía el de Jandilla en cada acometida.
Ortega Cano pasó con más pena que gloria. Lo contradictorio de este torero es que a veces se abandona y hace enloquecer al público con su arte, pero otras, como esta vez, deja ver el miedo y no es capaz de solventar las situaciones con decoro.
Al primero lo vio peor de lo que era, anduvo desconfiado y lo pasó mal para matarlo. Pero peor fue lo que pasó en el cuarto. Quiso estar bien, consiguió algunas verónicas estimables con el capote y muletazos sueltos en la faena, pero a la hora de matar, llegó el escándalo. Se salía fuera, entraba sin convencimiento y después de múltiples pinchazos dejó una estocada caída, en el último segundo. Pero ya era tarde. El pañuelo del presidente haciendo sonar el tercer aviso estaba asomando del palco. Actuación penosa del cartagenero.
Pedrito de Portugal tuvo ante si un lote manso y soso, con el que no pudo lucirse y pasó inadvertido.
FOTOGRAFÍA: ARJONA.