Hay públicos que, como el de Murcia, se conforman con que se cumplan de partida las simples premisas de validez universal que se esperan de una corrida de toros. A saber: que el toro se mueva y que los toreros pongan a contribución arrojo, voluntariedad y, en definitiva, ganas por agradar al respetable. Si eso se da y pone en marcha el espectáculo, la fuerza centrípeta de la lidia acaba impulsándolo hacia la pasión descontrolada. Llega entonces un momento en el que todo vale, todo se disculpa, se hace la vista gorda a errores de bulto. Parece que la importancia de la corrida radicara en el número de orejas concedido a los diestros. A toro arrastrado viene luego el tío Paco con la rebaja y le resta importancia al sucedido hasta dejarlo casi en cueros.
Seis orejas, todas las que pidió el público, otorgó el palco sin rechistar. Una a cada espada tras la muerte de sus respectivos primeros toros. Ahí estuvo la madre del cordero, pues las tres orejas fueron muy baratas. Ponce recibió el premio tras lidiar uno de los buenos toros habidos en el encierro de Garcigrande. Realizó una faena decorosa, limpia, bien ensamblada pero que, sin embargo, dijo poco. No pellizcó sensibilidades porque a la vista careció de profundidad. Se enjuició trasteo discreto para la clase de toro que le cupo en suerte y, además, antes de la estocada pinchó.
El segundo y tercer toros embistieron humillados aunque sin largueza. Les faltó remate en la embestida, de manera que los trasteos de El Juli y Alfonso Romero no adquirieron compactación. Julián López rellenó la lidia al segundo con tres precisos pares de banderillas, faena animosa y estocada cobrada con más habilidad que verdad. Romero pespunteó la suya de floridas verónicas al principio, la parte central de la faena con meollo en una tanda de naturales y estocada honda de efecto rápido.
Pasado el ecuador sucedió lo más notable. Al cuarto toro lo calificó de burriciego Enrique Ponce. Desde la barrera no se apreció que el burel fuera cegato, más el valenciano pidió a la banda interrumpiera el pasodoble recién iniciado para mejor concentrarse en lo que tenía enfrente, que no le merecía confianza alguna. Comenzó pasándolo de muleta con cautela. De serie en serie afianzó su seguridad y, en el tramo último del trasteo, mandó sobre la reservoncita embestida del toro. Ponce plasmó una faena técnica de alta nota que, por pinchar, no se pagó merecidamente. No anda bien con la espada.
El Juli, en cambio, es un seguro estoqueador. De volapié neto tumbó al quinto toro, crudo hasta ese instante pues no lo castigó en varas, y el colofón de la faena redondeó lo anterior. Había toreado ardiondo, recibiéndolo con larga de rodillas y lances en el medio del ruedo aplaudidos entusiásticamente por el gentío. Se esmeró y superó prendiendo las banderillas y con la muleta dejó un trasteo de altibajos por el carácter remiso del toro a repetir los viajes.
Con la tarde embalada Romero desmayó planta y trazo para lancear al sexto, otro toro móvil y manejable en grado superlativo. Copió el murciano de El Juli, evitándole a su rival el castigo en varas, y a fe que toreó bien en la primera parte de la faena sobre la mano diestra. La tentativa al natural le salió embarullada y retomó el hilo tenso en una siguiente tanda por el pitón derecho. Infelizmente, al hacer la suerte de matar la espada entró por el bolsillo del chaleco. Media estocada y un descabello posteriores contribuyeron a terminar con el toro. Los paisanos solicitaron premio y el palco no les contradijo. Como decía Pirandello, ‘así es si así os parece’.