La gente lleva en la cara el retrato de la crisis. Aunque, hablando por derecho, hay caras que no dan para más. Son como son. Madrid nunca tuvo fuste por el Domingo de Pascua. Madrid se viste de andar por casa para ir a Las Ventas este domingo y los otros domingos. Aunque sobre. Este domingo de supuesta resurrección sirve para retratar la crisis. Botellas de refresco rellenas de agua del grifo (aguita de Madrid), mirada fija a la hora de servir el cubata para que el guisky llegue hasta el tercio y no te lo paren en la primera raya de picar…y las pipas. Muchas pipas del Carrefour. Con su sal saladísima. Con sus cáscaras hostiles. Guerrilleros saliendo de la boca y dedos de los comedores de crisis (pipas). Que paciencia. Del mismo tamaño que soportar una tarde con un toreo de crisis y una corrida de crisis.
Hizo frío y viento, dejando en mal lugar a los hombres y las mujeres del tiempo. No acertó ni uno. La crisis: para medir las isobaras el presupuesto sólo da para dar saliva al dedo índice y levantarlo al cielo. La foto que ponen es de atrezzo. Talavante pretendía también volver a levantar el dedo índice y Cuvillo el suyo, pero la tarde tiró por abajo. Lo único que señala el dedo de la tarde acusadora es que fue un domingo en crisis. Escasita de todo. Al pairo del viento y del frío y en línea descendente. Si uno se pone a pensar parecía una reunión de obligados, de castigados de cara a la pared. Toros, torero y afición. Caras de estar segando en Ecija a través de una corrida de toros menor, escasa de fuerza y raza y de un torero que parecía dejarse llevar por ese tono menor. Talavante y la tarde y la corrida apuntaron en el primer acto, para, definitivamente, dejar los cinco restantes en un tal por cual. Torear seis en Madrid debe de ser la leche, pero dio la impresión de que el torero podría haber seguido con más toros, pues nunca se le vió arrebatado, presionado o transmitiendo pegada. Eso es bueno. Y malo.
Poco crecido con el capote en su carrera y con la laguna de una espada de escasa eficacia, Talavante tiró siempre del recurso de su muleta y de su valor, que lo tiene. Asuntos comprobados en la lidia del primero, un Cuvillo de hechuras bonitas que tuvo plaza por sus pitones, palante y parriba.Un toro que no escondió de salida su gran virtud, la clase, y su gran defecto: su endeblez de manos. Pero fue buen toro. Y Talavante se echó pronto la mano a la zurda en el tercio del 5 para torear largo y ligado, pero doblando manos en toro por de todo un poco: porque el viento negada el dominio, porque algún muletazo tuvo otro ritmo y porque el toro era así. Pero allí sucedió lo mejor, toreo largo y bien expresado por los dos pitones, unas bernardinas ceñidas resueltas de forma riesgosa al vaciar con una especie de capeina por el pitón contrario , y sumar uno bueno de pecho. Pero pinchó con esa forma de entrar a matar que, sin serlo, que no será, parece entintada de cierta indolencia.
Esa fue la faena y quizá el toro. No obstante el segundo, un castaño de cuerpo menudo y bajo de agujas, que hizo buena pelea en varas, se dejó. Blandeando, pero se dejó bastante. Le había hecho el torero un quite por chicuelinas, inició faena por alto y de nuevo se echó la muleta a la zurda. Otra vez el viento, otra vez la falta de fortaleza del toro y otra vez algún muletazo de menos pulso en medio de un buen concepto y una buena actitud. Al final de la faena, cerca de tablas, hubo muchos tiempos muertos, pases de uno en uno y una suma de pinchazos. Hasta ahí, una ovación recogida en el tercio y un silencio de espera rspetuoso, luego se perdió la esperanza y la paciencia. Luego llegó el voraz consumo de pipas con el arriesgado ejercicio de sortear los misiles/cáscaras en fintas de cuello ágil. A más cabreo, más pipas.
Enseñó las puntas el tercero, toro de presencia justa y que llegó a la muleta con el gas justo, embistiendo poco y de forma cansina, más pro escasez de raza que de fuerza. El cuarto, alto y de peores echuras, fue un colorado chorrado que nunca metió la cara y que fue y vino muy deslucido. Lo toreó Talavante cerradito en el 9 hasta que se rajó y pinchó. Protestaron mucho al quinto por su presencia, más lavado de cara, más niño. Aquí pareció resurgir de verdad la resurrección del domingo al enrabiatarse Talavante y buscarlo hacia fuera al torear a la verónica. De repente el público vió otra decisión no transmita hasta entonces, pues todo había ido por el camino de la solemnidad excesiva o de la despaciosidad de gestos que añadieron frío al frío. Incluso se le jaleó un galleo de escasa limpieza al llevar el toro al caballo. Pero en la muleta el toro se vino rebotado y a la defensiva.
Por fin el sexto, un toro con mucha canal y mucha caja, pero vacío por dentro. Le tiró una larga al hilo de las tablas como saludo pero fue hola y adiós. Poco podía hacer con otro toro deslucido, desclasado y de raza escasa. No hubo para más. Menos de dos horas de corrida gélida con el retrato de la crisis en la cara de cada cual. Y las pipas. Las pipas hostiles de los días de viento y crisis deberían estar prohibidas. Modifiquemos la Constitución. Si fuera menester.