La terna prometía retales de torería y aconsejaba recogerse pronto en la víspera, desperezarse raudo y acudir presto al coso para no perder ripio. Los hubo que trasnocharon, disfrutaron y exprimieron al máximo la festiva noche oliventina y cuando la resaca les dejó volver en sí ya era demasiado tarde. Les contaron que Morante resolvió con torería añeja de muchos kilates los interrogantes que le planteó el segundo, que Ponce dictó una nueva lección magistral de tauromaquia en el que hizo cuarto, y que Talavante pisó el acelerador para no descolgarse del grupo de futuribles. La próxima vez seguro que postergan la jarana nocturna.
El espectáculo contó con el envoltorio de una interesante corrida de Zalduendo que contribuyó a que la mañana contase con un alto nivel artístico. Del entipado sexteto de animales sólo destentonó el quinto, garbanzo negro de un encierro rico en matices, en el que sobresalió la clase del tercero y la bravura en el último tercio del cuarto. Toro de califragilística definición pues se escupió de manso en el peto, pero sacó raza, emotividad y entrega humillada de bravo.
Manseó de salida este ejemplar y en el tercio de varas salió de estampida al sentir el hierro, pero Ponce, que ya había hecho gala de su solvencia en el que abrió plaza, tuvo claro que La Maestranza pacense era el escenario perfecto para dictar la primera gran lección de su temporada. Desengañó al animal con el capote, cosiendo su celo abanto en los vuelos y bordó un quite por delantales antes de explayarse en la muleta con poderosa autoridad.
El inicio por bajo, pierna flexionada rezumó torería y sometimiento, y el animal, lejos de afligirse y acongojarse, acometió en cada muletazo con mayor emotividad y transmisión. Persiguió los vuelos del engaño con encastada vivacidad y a su impulsivo carácter respondió Ponce con elegante técnica, reposado dominio y estética expresión a la vez que conducía imantada la embestida de su antagonista y diseñaba una obra grande, a la altura de su inagotable magisterio.
El cierre por bajo, de nuevo pierna flexionada y a dos manos tuvo un jugo de muñecas de prestidigitador. Pinchó y por eso perdió los máximos trofeos.
Los aparentes defectos en la vista del segundo aconsejaban no perder el tiempo con él, pero a Morante le motivaron las dificultades y contrariamente a lo que todos pensaron, se afanó por minimizar su defecto y potenciar sus virtudes. Con esa gracia que Dios le ha dado lo llevó tapado, lo condujo muy embebido en los engaños y aguantó con aplomo las dudas del toro entre pase y pase. ¿El resultado? Una obra de gran contenido e importancia, salpimentada con esos adornos de la Edad de Oro que tanto prodiga en sus obras. Todo muro, ralentí por los dos pitones, cadencia. Un gesto, un andar, todo fue torero, nada filigrana. También pinchó, pero su obra queda en la retina.
Talavante no se quiso quedar atrás y si bien sus obras no alcanzaron la calidad artística de sus colegas, el extremeño, muy arropado por sus paisanos, sacó nota en actitud. Su faena al buen tercero contó con fases de toreo erguido y ligado en un palmo de terreno. Hubo acople en dos series con la zurda y tensión en las apretadas bernadinas de remate. Su voluntarioso hacer en el sexto dijo menos pero su decisión y efectividad toricida le hicieron sumar un nuevo trofeo con el que redondear su éxito.