Vendaval, un toro con el hierro de La Dehesilla –propiedad de José Luis Pereda–, número 72 y 445 kilos, fue bravo y noble, un gran colaborador que acrecentó sus virtudes en las manos expertas de Ponce. El torero aprovechó su prontitud, su alegría en la lucha y ese tranco más que tienen los toros buenos de Núñez para hacer dos faenas en una. Hubo de todo, y casi todo bueno. Hubo ligazón desde el principio, temple siempre, profundidad con ambas manos, perfección en los pases de pecho y más, mucho más. Una auténtica borrachera de toreo que terminó rizando el rizo: roblesinas, ese magnífico toreo de Ponce por bajo, más toreo a dos manos, más pases de pecho… Un delirio que sólo podía acabar como acabó: con la plaza rendida a la bravura del toro de Pereda y a la grandeza de un torero
Y en el quinto, más. Y más importante, si cabe. Exhibición de poder ante un toro mansón y problemático que acabó rendido a la muleta de Enrique. Exhibición de capacidad y plenitud en la penúltima corrida de su extenso año taurino, el noveno en que supera las cien corridas.
Hablando de frescura, otro que tal baila es Julián López, que estuvo en Jaén como si empezara la temporada y se la jugara precisamente aquí. Buscó la réplica a Ponce, pero tuvo que esperar al sexto toro, el último de su temporada, para unirse al triunfo al arrancarle dos orejas a cara de perro, arrimándose como si de ese toro dependieran las más de cien corridas que ha toreado este año.
Pero, derroche de raza aparte, donde estuvo verdaderamente serio y consistente desde el punto de vista técnico fue en su primero. Julián se afianzó en el albero y consintió y templó a un toro flojo hasta hacerlo embestir. Es lo que de dice ‘hacer a un toro’, construirlo a su gusto para hacer con él una faena destacada. De no pinchar y necesitar del descabello se hubiera subido en ese toro al carro del triunfo. Y, de haberlo hecho, seguro que en el sexto se habría arrimado igual. Porque es figura.
Les acompañó Curro Vázquez, que dio una de cal y otra de arena, ambas en relación directa a la condición de los toros que tuvo delante. La de cal gracias a un toro noble y flojo al que toreó bien, suave, bonito y, a veces, con la hondura que tiene este torero. La de arena cuando el complicado cuarto le descentró y dio un pequeño mitin al matar.