Las peñas quieren ponerle música para el año que viene, pero la letra es… Dice así. La feria está tombolizada, ¿quién la desentombolizará?, el desentombolizador que la desentombolice, buen desentombolizador será. Uf. Fue Castella. El francés, que tiene un valor para hacer medio escalafón, se jugó los muslos con el peor toro de la feria y de varias ferias luego de pasear dos orejas de una faena perfecta a un toro mediano y sin fondo. Lo arregló el mismo. Porque si tira de aliño con el quinto, se ahorra una voltereta fea y cien disparos a las femorales sin que nadie dude de su honor. Oiga, madame, oiga, monsieur Duende Usechi, que como se han pasado, lo arreglo yo, no vayan a decir que esto es una tómbola. Ella, una presidenta de UPN que dio las dos orejas con la sonrisa de estar encantada de haberse conocido, le dio las gracias. Usechi ha dicho que le manda su peso en txistorra. Y aquí paz y después, tómbola. O que presida el pulpo Paul.
Le regresó Castellala dignidad, no al palco, sino a la profesión. Hace ya unos años el mismo puesto de tómbola que es el palco de criterio azaroso, le sisó el premio del peluche grande de las dos orejas cuando un toro de Osborne le hirió en treinta centímetros y el del palco metía mano a un vaso que tenía entre los pies. As de copas. Lo que tiene entre las piernas Castella no es as copas, es otro As. De bastos. Esa forma impenitentemente tozuda de jugarse la temporada antes y después de la voltereta (si le echa mano el toro otra vez no se escapa ni con Air France) es de locos admirables. En el cartel más rematado, frente a uno con un As que lo traía recién cosido, y al lado de otro que también tiene ese As, el francés tiró de lo que hay justo debajo del As y firmó la faena de más riesgo de la feria. Talento en uno, luego lo otro. Y qué otro. Esa forma de estar fue también una forma de reconocer que, si un tío hace el paseo cosido en sus partes, que menos que jugarse las suyas. Olé los toreros y viva el As de Bastos. De cuando en vez.
A veces las cosas suceden extrañas: al cartel rematado de la feria le aparejaron con la corrida de remate más interrogado o exclamativo. La de Jandilla fue corrida de nota baja por casta menguada. De hechuras, bajos en general, pero de tipos muy distintos. Noble el burraco del doble trofeo, para hacer que durase y con mimo. El resto, poco. Noble el lote de Perera, pero uno sin clase y otro de fondo escaso. El que abrió plaza era el Jabulani, el balón del Mundial, ese que le pegan hacia el palo derecho y abajo y entra por la escuadra izquierda. Toro inflado como un globo del Burguer y dos leños. Le habían pegado una cornada y se infló de gases al ser medicado, según la ciencia veterinaria. Fue desclasado y agarrado al piso, pero menos que el cuarto, de tercio delantero fuerte y que se la pasó con la cara entre las manos de salida.
Midió Castella al toro de las orejas en todo. Por hechuras, de cuello poco generoso, no podía humillar del todo y su endeblez le hacía procurarse el mimo, el temple, distancias, toques, alturas y ritmos ideales. Primero un inicio por alto, pero para adelante. Luego le aprovechó la inercia en la larga distancia, pero en la segunda tanda comprobó que la velocidad iba contra los intereses del toro, sus carencias, porque velocidad era igual a aumento de posibles claudicaciones. Ritmo, suavidad. Acertó ya con la izquierda al engancharlo, marcar los tiempos, tirar de él, llevarlo largo y despacio. Hubo un desarme en un cambio de mano en el que se anota la fragilidad de la yema de los dedos al sir la muleta y la bondad del toro al seguir el engaño hacia el suelo. Se apagó el toro, se acercó más Castella y lo mató de estocada.
Quedaba en el ambiente sensación de exceso. Tombolismo. Eso y la tarde. Y el cartel: Juli, Perera. Salió ese toro que marca una línea clara de cal de alarma: si la pasas, te cojo. Dos veces le indicó su instinto en el capote por el pitón derecho, dos. Y en la lidia su condición: tornillazos, ganas de sorprender, amago y ataque. Una y otra vez le porfió firme el torero, pasando la raya. Hasta con la mano derecha, por donde lo cogió feo y se libró de milagro. Y siguió toreando. Al entrar a matar el toro giró la cara como si fuere ese caballo de Ventura que muerde a los toros. Que malo el Jandilla. Era de oreja, pero no hubo petición.
Hubo una faena buena que terminó con las manos abriendo pucheros y botellas, echando cuenta al hambre y no al torero, Perera. Toro que marcó querencia, que tuvo un punto de genio al final de una movilidad sin ritmo ni entrega al que Perea le cogió el aire dando una pequeña pausa tras cada pase en una faena buena, de mérito, con las dos manos y con una estocada buena. La que no le pegó al sexto, toro de fondo escaso al que exprimió tanto que no tuvo un gramo de aire para ayudarle en el volapié. Antes El Juli, que toreó infiltrado, trató el jogo bonito con el Jabulan i que se agarró al piso defendiéndose y el cuarto aún lo hizo más, ya de salida, cara entre las manos. No voy. Y se fueron los tres, uno en hombros. Y Usechi, El Rey del Duende, preguntando cuanto pesa el francés. Para mandale el guarismo en txistorra. ¿Sesenta y pico kilos?. No hombre. Eso pesa el As. De bastos. De Castella.
Plaza de toros de Pamplona. Último festejo de la Feria de San Fermín. Toros de Jandilla, muy justos de raza y fondo. Orientado el quinto. El Juli, silencio y silencio; Sebastián Castella, dos orejas y ovación y Miguel Ángel Perera, ovación y ovación.
FOTOGRAFÍA: ANDRÉ VIARD