Sevilla fue, es y será manzanarista. Lo fue por el padre, lo es por el hijo y lo será mientras haya un torero capaz de seguir esta línea de arte que llega desde tierras alicantinas. Sevilla revivió hoy su manzanarismo, asistió extasiada al renacimiento de esta forma eterna de hacer el toreo y se envolvió de emociones viendo que la rama que al tronco sale por fin apunta hacia lo más alto. Ha costado, pero ya está. El año pasado tuvimos un anticipo en la Maestranza, pero éste hemos tenido la plenitud.
A torear como toreó Manzanares ayer en Sevilla no se aprende. Eso se lleva en la masa de la sangre. Y aunque suene a tópico, hay que decirlo porque la faena al sexto nos reencontró con ese toreo de empaque, de cintura, de muñecas, de temple, de profundidad y de calidad que hoy se ve muy poco. Con esas cualidades se nace, aunque, como ha ocurrido en el caso de Manzanares hijo, haya tenido que pasar un tiempo para que se manifiesten en su plenitud. Mejor dicho:
Manzanares ha evolucionado en el oficio que necesitaba para sacar a relucir lo que lleva dentro desde la cuna. Bendita la hora, porque lo que hizo ayer en Sevilla es toreo del puro, con compás… Otra cosa.
Comenzó el joven Manzanares a dibujar carteles de toros en el arranque de la faena, barruntando la gente que había cante grande en sus muñecas. En la primera serie diestra, ejecutada en dos tiempos, ya apareció el toreo a compás. Manzanares toreó con ritmo, encajando los riñones, en la segunda tanda, que remató con un trincherazo de pintura. Al natural llegó el toreo más largo, más roto. La faena subió a la cumbre y ya no bajó de ella porque el muchacho se empeñó en demostrar que el toreo bueno tiene un son lento que desgarra el alma. En suma, una faena para colocar en el Bellas Artes de Sevilla, junto a los cuadros de Murillo y Velázquez, sin que ninguno de ellos le hiciera sombra. Y una espada que cerró el círculo de lo perfecto. No se puede pedir más. Pocas veces dos orejas estuvieron tan bien cortadas como éstas.
Manzanares se desquitó en ese toro de las violentas y feas embestidas del colorao que le tocó en primer lugar (por cierto, toro bastante corto de presencia). Igual que E l Juli,que se desquitó en el quinto de la extrema sosería de su primero, contagiosa condición que el de Velilla no pudo contrarrestar pese a intentarlo con ahínco.
Julián, torero responsable donde los haya, encontró toro en el segundo de su lote. Igual que en su primero se ocupó de que no le dieran mucho en el caballo y el toro llegó pujante a la muleta, algo que no habían tenido los ejemplares anteriores de Zalduendo. Julián libó la primera serie muy por abajo y ya en la segunda al toro le dolió tanto sometimiento. A partir de la tercera serie el de Zalduendo empujó menos y tuvo que entrar en acción el poder del Juli, única forma de enjaretarle muletazos tan largos como los que le dio al natural. Por encima del torero, salvando incluso la frialdad del público, que no acabó de romperse con él. Por eso tuvo más mérito todavía la oreja que se llevó de su reencuentro con la Maestranza después de la ausencia del año pasado.
A Morante también se le miró con lupa. Sevilla es receptiva a sus formas, ¡faltaría más!, pero no le permite el más mínimo descuido o la más mínima mandanga. La Maestranza va a ser para el torero de La Puebla una de esas novias que hay que reconquistar cada tarde, una de esas relaciones que parten de cero en cada encuentro. Morantelevantó ese run run de buenos augurios con el quite a la verónica que le hizo a su primer toro, un animal feo de hechuras y destartalado de cara impropio del marco sevillano. El de Zalduendo se movió en la muleta y con un preciso derrote se encargó de descomponer la mayoría de los muletazos de Morante. Tanto toque de las telas, tan poca fluidez en un torero de natural fluido, enfadó al personal que se puso de parte del toro y en contra de Morante. Y tampoco es eso.
Entiendo mejor que a la gente le contrariara tanta parsimonia como gastó el de La Puebla ante su segundo enemigo. Tanta lentitud para ir a la cara del toro y preparar los cites resultó excesiva, y más cuando quedaba claro que Morante estaba delante de un toro sin clase que no le iba a permitir exquisiteces.
Con su permiso, y sin él, la enjundia del toreo y las delicatessen corrieron ayer a cargo de uno de
Alicante que tiene aires de Ronda y se llama José Mari.