ALBERTO LOPERA
BOGOTÁ (Colombia).Felices, muy felices los quince mil aficionados que llenaron a reventar
la plaza de Santamaría en la capital
colombiana, al terminar la tercera corrida de la temporada. Se vivió con intensidad
el maravilloso espectáculo de los toros, gracias a tres matadores que salieron
muy dispuestos, cada uno – de acuerdo con las circunstancias – triunfaron ante los bien presentados toros de El Paraíso
( algunos con kilos de más, y unos más bonitos que los
otros). Lo importante fue el triunfo de los toreros, y ver como la afición los
despidió con grandes ovaciones al final de la corrida, sobretodo a Rincón y Gallo cuando salieron a hombros por la Puerta Grande.
La tarde fue preciosa,
con sol suave, sin viento ni amenaza de lluvia y con el marco maravilloso del
lleno espectacular en los tendidos y palcos. Y lleno en los balcones de los
tres edificios de cuarenta pisos que rodean la plaza, por cierto los curiosos allí ubicados, pedían
desde lo alto las orejas, y en vez de pañuelos sacaron sábanas.
Magistral estuvo César Rincón en el cuarto bis, pues el
de turno fue devuelto por cojo, saliendo el sobrero con el que el maestro de
Colombia ha dictado toda una cátedra de tauromaquia de distancias. El toro
nunca metió la cabeza abajo, siempre a media altura y así le llevó con mimo en
los pases redondos de ambas manos, nunca se dejó enganchar el trapo hasta
lograr el sometimiento del toro. Los gritos de torero…torero…torero mientras
sonaba el pasodoble y César se crecía en nuevas series de mano baja. Una media
estocada de perfecta colocación fue suficiente para ver rodar al toro a sus
pies mientras las ovaciones fueron continuas y los pañuelos pidieron las dos orejas que paseó triunfal.
En su primero escuchó
dos avisos antes de matar este manso que se fue tablas desde el principio y
nunca quiso salir de allí a pesar de las insistencias del diestro.
Ídolo de la Santamaría es Finito de Córdoba, su faena del año anterior la mantienen los
aficionados en la retina. Lástima que no la pudo repetir ayer, pues solo su
primer toro le permitió mostrar la calidad de su arte en dos series templadas y
precisas, y como mató de magnífica estocada se le premió con una oreja.
En el otro nada pudo
hacer, las medias arrancadas y los gañafones que le envió, hicieron que la
brevedad fuera lo mejor. Una estocada completa y las mulas hicieron el resto.
No es fácil para un
torero joven debutar en América – en Bogotá – ante dos maestros consumados.
Acoplarse con las embestidas del toro americano le ha
costado más tiempo a muchas figuras del toreo. Sin embargo este joven matador
de Salamanca, Eduardo Gallo, pronto
se entendió y se metió en el corazón de las gentes. En el de confirmación
estuvo muy entregado y escuchó palmas.
El arrimón que se pegó
en el último le justifica de plano su contratación para el año venidero.
Vibraron los tendidos con los pases de derecha templadísimos y muy lentos. Además
puso a oler la plaza a cloroformo, los pitones le “rascaron” los muslos sin
inmutarse. Se jugó la vida y así se conquista una plaza. Por eso ante la
efectividad del estocadón que colocó, la plaza se
convirtió en manicomio. Dos orejasde
ley que paseó por el ruedo en medio de las botas y claveles que a sus pies
cayeron.