El arte, el de Salvador Vega, arrolló en la segunda novillada de la Feria de Algeciras. El malagueño se mostró artista y pinturero, y además profundo y entregado. Enfrente tuvo dos magníficos utreros de una extraordinaria novillada de María José Barral que además fue perfecta de hechuras. Salvador lo bordó a la verónica, de pie y de rodillas, e impresionó en el quinto de la tarde con un quite por gaoneras con el capote plegado por la mitad, un quite que se llama de la ‘media luna’. Con la muleta, Vega tiró de la profundidad para someter a sus novillos, a los que llevó largos y con la muleta muy baja; y cuando los animales atemperaron sus embestidas, entonces se relajó y le echó al asunto cadencia, sentimiento y desmayo. Salvador, que empezó siendo un novel de pinceladas y detalles, es ahora un novillero que, sin perder ese arte innato, basa sus faenas en la firmeza y la hondura.
Con la espada, para coronar su impecable tarde, estuvo hecho un cañón. A su primero lo tiró sin puntilla y el presidente dejó en una oreja una faena de dos en cualquier plaza de primera. En el quinto, -consumado ya el ‘atraco’ –tuvo que claudicar y conceder el doble trofeo.
Otros ‘delitos’ de tono menor cometió el presidente durante la novillada. Si lo de Vega fue ‘atraco’, la negativa a conceder algún trofeo a David Galán puede considerarse ‘hurto’. Galán se enfrentó a dos novillos muy nobles a los que toreó con loable entrega y quietud, pero sin apenas calidad y a veces a velocidad de vértigo. No estuvo a la altura de sus enemigos pero sólo por su tremendo afán debió haberse ido con algún trofeo al hotel. El presidente, que se cree que está en Madrid, no demostró ni conocimientos, ni sensibilidad.
Tampoco demostró Juan Miguel Montoya lo primero que se precisa para ser torero: ilusión. Con la mente en otras cosas, causó una pobre impresión en sus dos novillos, con el agravante de que el cuarto de la tarde tuvo gran nobleza y ni así lo vio claro. Montoya comenzó con dos series de cierta compostura, pero luego se vino abajo y terminó tan mal que sus paisanos le despidieron con silbidos.