En Madrid hubo sangre y toreo: la síntesis de la Fiesta. Sangre porque a Mariano Jiménez lo cogió de manera terrible el remiendo de Valdeolivas que abrió plaza, un toro feo y con cara de listo que no perdonó que el torero se fuera por el pitón izquierdo en el tercer par de banderillas, cuando antes él mismo y Encabo habían pareado por ese lado. Cuando todavía lo operaban, el cuarto de la tarde, pequeño astifino y mentiroso, sorprendía a un Alfonso Romero que se cruzaba con la muleta retrasada para cornearlo con saña.
Pero antes del percance, Alfonso Romero había apuntado con fuerza su toreo de empaque y gusto, de hondura y soberbio porte. Fue en el segundo, un toro con mucha cara de Núñez del Cuvillo que tuvo nobleza y recorrido. Romero, que meció el capote con aroma de torero caro, comenzó su faena de muleta de manera irreprochable. Muletazos con la mano derecha soberbios por su largura y calado, siempre con la muleta planchada y puesta por delante para que el toro no dejara de embestir y surgiera el toreo ligado. Fueron dos series que apuntaron la proyección de figura del murciano, pero en la tercera decayó la tensión porque Alfonso se aceleró un poco, y ya al natural surgieron muchos enganchones porque el viento, enemigo del toreo toda la tarde, puso todo más cuesta arriba. De todas maneras, unos muletazos finales llenos de torería enderezaron una faena que no tuvo premio porque Alfonso mató mal.
Algo similar le sucedió a Luis Miguel Encabo en el segundo de la tarde, un toro que repitió incansable por ambos pitones aunque a veces se acostara un poco. Encabo, que banderilleó enorme de poder a poder y por los adentros, comenzó la faena por estatuarios en los que el toro volvía al revés y el madrileño le buscaba andando hacia delante.
Encabo,que tenía la mente despejada, le dio distancia en las primeras tandas con la mano derecha. El animal se venía franco y repetidor, con un magnífico galope, y Luis Miguel lo toreaba a placer, tan técnico como siempre, tan seguro y maduro como en toda la temporada, pero además gustándose hasta desmayarse en muchos de los derechazos. Ese desmayo era el complemento perfecto a la emoción que ponía una embestida encastada y alegre, pero cuando la faena iba para dos orejas, el nivel decreció porque el viento volvió a hacer de las suyas y el torero tardó algo en centrarse por el lado izquierdo. De dos orejas a una y de una a ninguna, porque Encabo, como toda la tarde, estuvo desacertado con los aceros.
Es el único pero que se le puede poner a Luis Miguel en una corrida en la que mató cinco toros, banderilleó con solvencia, intervino en quites, resolvió los problemas de sus enemigos y cortó una oreja de raza en el sexto. Cuando cogió la muleta con la noche ya cerrada, la tormenta de agua y viento hacían imposible el toreo.
Pero a falta de exquisiteces, Encabo se puso muy firme por el lado derecho mientras el toro lo quería coger y la gente le suplicaba que se fuese a por la espada. La muleta volaba, algunos cobardes huían por los vomitorios, la luz artificial se mezclaba con la tromba de agua y Encabo seguía allí diciendo con la espada y la muleta que quiere ser figura del toreo. Cortó una oreja de torero macho, aunque algunos de los que corrían escaleras arriba para no mojarse decían no sé qué de lo trasera que había caído la espada…