Cuando a un ganadero se le juntan los malos el mismo día, la tarde esta sentenciada. A los Hermanos González Sánchez-Dalp les sucedió eso en El Puerto de Santa María, y exceptuando el quinto de la tarde, el resto del sexteto fue un compendio de mansedumbre y muy poca raza que frustró el éxito de la terna.
Ese buen quinto, castaño, bien armado y escarbador de salida, se empleó en cambio con fijeza en el peto, y llegó al último tercio con una embestida muy clara y potable. Barrera lo entendió bien porque al animal había que llegarle con el engaño a la cara, y Vicente le puso la muleta en el mismo hocico para tirar de él con aplomo y sentido del temple. Varias series con la diestra de mucha limpieza y relativa ligazón, y una excelente al natural en la que se vieron los muletazos más largos y las embestidas más enclasadas, compusieron una faena sin apenas fisuras pero mal rematada con la espada.
Otro toro noble, pero sin las mínimas fuerzas exigibles, fue el sexto. Rivera Ordóñez lo paró con dos largas en el tercio y varios lances de cierta emoción que mostraron a un torero que estaba con ganas de arreglar la tarde. No pudo hacerlo luego porque al de González se le acabó en esas primeras acometidas el poco motor que llevaba dentro. Más nervio, pero acompañado de mansedumbre y peligro tuvo el tercero, y Francisco –con buen criterio –se lo quitó de encima tras comprobar por ambos pitones que allí no había mucho que rascar.
Tres toros más que no sirvieron fueron los del lote de Jesulín y el primero de Vicente Barrera. Al de Ubrique casi le arranca las muelas el primero de la tarde en un pitonazo. Fue en el pase de pecho de la primera y única serie que intentó antes de que el animal se rajara. También se rajó el cuarto, con el que Jesús estuvo más animoso. También animoso –y algo pesado –se le vio a Barrera ante el distraído y mansón animal que saltó en segundo lugar, un toro que tampoco podía prometer mucho por sus feas hechuras.