El torero valenciano desgranó una actuación excepcional de cabo a rabo y si sus lances de recibo ya tuvieron categoría, fue con la muleta cuando dejó clara su excepcional clase.
Su primer toro le había planteado alguna dificultad en los primeros tercios, pero le bastaron dos muletazos de tanteo para meterlo en el engaño, componer una faena tan bella como sólida, en la que parecía un novillero enrabietado y, ante un toro de embestidas incansables, también buscó apurar hasta la última acometida de su oponente, rematando su faena con una sensacional estocada que rubricó con dos naturales lentísimos, lo que provocó el delirio de la gente, que pidió con fuerza las dos orejas, de las que sólo una tuvo a bien conceder el usía.
Tampoco tuvo complicaciones para dominar al quinto, un toro que hizo una gran pelea en el caballo y con el que se lució Antonio Saavedra, imponiendo otro trasteo mandón y dominador en el que siempre llevó imantado al toro en la muleta, no dudando tampoco en echar las rodillas a tierra para amarrar el triunfo. Triunfo que consiguió cuando acertó al primer golpe de verduguillo, cuando el bravo animal se amorcilló en el tercio resintiéndose a morir.
Luis Francisco Esplá se hizo ovacionar nada más romperse el paseíllo en homenaje a sus veinticinco años como matador y recordando que él es el gran ídolo ahora mismo de la afición alicantina. Se lució al veroniquear sentado en el estribo y en el tercio de banderillas, estando luego fácil con la muleta, aunque a su labor le faltase transmisión y un puntito de emoción. También salió muy dispuesto con el cuarto y tampoco se quiso ir de vacío tras unos pares de banderillas en los que volvió a hacer alarde de poderío, exponiendo sobre todo en uno por los adentros que puso al público en pie. Sin embargo, con la muleta no terminó de levantar el vuelo, aunque su faena estuvo salpicada de torería, perdiendo definitivamente la oreja con la espada.
Vicente Barrera recordó en su primera faena al Barrera de sus mejores tiempos y evidenció que vuelve a coger confianza. Muleteó vertical, los pies clavados en la arena, adelantando el engaño y llevando muy toreado a su oponente, pero no terminó de macizar su labor.
El sexto fue el garbanzo negro del encierro. Manseó descaradamente en el caballo y puso en apuros a un hombre tan experimentado y solvente como Vicente Yesteras en el segundo tercio. Pese a todo, Barrera lo vio claro y hasta brindó al público. La cosa parecía estar encarrilada cuando sacó una primera serie de estatuarios de gran calidad y seriedad. Pero, poco a poco, el toro fue renunciando y el muleteo de Barrera se tornó mecánico y monótono, terminando de estropearlo todo al matar rematadamente mal.
FOTOGRAFÍA: PEP GARCÍA.