Sin ser de guerra, la corrida no dio cuartel. Sin ser de batalla, porque la corrida no fue tan hereje, provocó tráfico pesado en la enfermería. Los tres espadas coincidieron allí, dos en el hule. Cruel paradoja. Como en los antiguos tercios de Flandes contra el rebelde holandés, las picas de los de Cebada no hicieron prisioneros. El cuarto, mayormente, hizo trabajar a destajo a los médicos. A la que lanceaba Francisco Marco, le metió el toro el pitón izquierdo entre las dos piernas, lo volteó por los aires como si pesara la pluma de escribir de Cervantes, y cayó al suelo sobre su cabeza, lado derecho, seccionándose el cartílago de la oreja, sangrante y dramático como un soldado de Alatriste, conmocionado. Ese mismo toro, de pitón izquierdo para ser quemado en plaza pública, le atravesó a Aguilar la mano derecha en un derrote que sonó al clavo de Cristo.
Allí coincidieron los dos, Marcopara ya no salir y Aguilar para regresar en el sexto. Por allí estuvo también Morenito de Aranda, que fue infiltrado para guarecerse del dolor de su vieja lesión del hombro derecho, que le regresó al pinchar en hueso al tercero. Hubo de detenerse la corrida unos minutos. Descrita así, con el mismo escenario de bacanal en tarde de plomo espeso a alta graduación en centígrados, gris y casi áspera en inusual ambiente, la corrida se asemeja a un parte de guerra. Pero la corrida no sirvió ni para la batalla. Desigualmente presentados en armas, pesos, cuajo, alturas y procedencias (nuñez, torrestrella) la corrida no fue la escalera de ayer, pero se le aproximó. En común fue su condición de descastada y sin raza, con un toro de calidad y sin fondo, el tercero, un toro fino, bajo, de sienes recogidas, y tan entipado que hubiera sido el bonito de una corrida por la Feria de Abril.
Fue eso la corrida, un ninguneo. Ni metió medio, ni se movió, ni hubimos de lamentar la falta de algo porque sacara clase. Nada de eso sino todo lo contrario. Eso del toro de Pamplona comienza a ser un abracadabra. O un argumento para corridas sin ton ni son, es decir, para corridas en las que hay tantos tipos de toros que el toro de Pamplona resulta que pueden ser muchos toros. Pero será que estamos en el inicio. Y en ese inicio, este tercer toro de Cebada Gago, rara avis en estos ciclos, fino de cabos, de peso justo, bajo, con cuello, salió suelto del capote metiendo bien la cara para que Morenito lancera con bello embroque y una buena media. Había que medir al toro, de buena clase pero justo fondo y fuerza. Y se hizo bien. Luego la faena tuvo como dos partes de escasa duración y muy distinto calado. La primera, con una tanda corta a media altura, dos con la zurda con buenos inicios de muletazos y peor final pues el toro estaba falto de eso y, además, el acople no llegaba.
Luego vino lo bueno y lo superior, dos tandas con la derecha enganchando, por abajo, dejándosela en la cara, despacio todo. Y en cada tanda, tres pases enormes. Ese fue el momento cumbre de una faena que prometió más, que se quedó en menos. Pinchó hondo el torero, salió adolorido del hombro derecho y dio la vuelta al ruedo antes de ir a infiltrarse. Lo que son las cosas, Morenito se había quedado en la plaza al ver que Sergio Aguilar se hacía cargo del cuarto, que cogió tan feo y tan mal a Francisco Marco. Y al final de la faena vio como, en un derrote al dar un pase de pecho, el toro le atravesaba a su compañero la mano derecha. Fue toro basto, feo de tipo, de mazorca ancha, peligroso por el izquierdo y malo por el derecho con el que Aguilar estuvo excesivamente tozudo. El valor es todo menos tozudez.
Se la jugó siempre este torero, al que no le embiste ni uno. Un precioso cárdeno salpicado franciscano que enseñó las puntas finas, se le rajó casi de salida, se fue a las tablas en una lidia espesa y no le dejó dar un pase antes de matarlo de sablazo con guardia, pinchazo y buen sopapo. El sexto fue más de lo mismo. Un toro de breve pasar midiendo por el lado izquierdo y con la cara alta y sin querer seguir nunca la muleta por el derecho. Firme el torero, sin esconderse en los cites, se justificó de sobra. Tiene valor y concepto conocidos, pero lo de ir a por todas, cien contra uno en posibilidades, es cuestión de honor derrochado. También se sabe de sobra que Francisco Marco es un torero que siempre se justifica en esta plaza. Fue el primero un toro que no le regaló una sola embestida, tirando derrotes al aire con feo estilo y recorrido muy corto, y peor por el lado izquierdo. Ya le había marcado la cara a su banderillero en el tercio anterior. Pero se afirmo de piernas el torero y paso el trance con dignidad. La que tuvo Morenito con el quinto, un colorado fino (se llevó el lote en tipo) al que supo prolongar una embestida que comenzó tan corta que era nula. Provocándolo entre pase y pase, con la pierna y con el toque y con la voz. Con decisión de torero que toma oficio. Ese oficio que a veces, en tardes tan sin cuartel, tan ásperas y sin recompensa, hacen del toreo un trago amargo. Viva San Fermín.
Plaza de toros de Pamplona. Cuarto festejo de San Fermín. Toros de Cebada Gago, desiguales de presentación, descastados, sin raza y deslucidos. El tercero tuvo calidad aunque le faltó empuje. Francisco Marco, silencio y herido; Sergio Aguilar, silencio, silencio en el que mató por Francisco Marco y silencio y Morenito de Aranda, vuelta al ruedo y silencio.