Describir una obra de arte con palabras es una tarea harto difícil, describir una faena que tuvo 30 o 40 pases largos, profundos, hondos, templados, de manos bajas con un muleta suave mecida al viento, es aún más complicado. Y es que ayer el vallisoletano Leandro Marcos, ante su afición, bordó el toreo y elevó con una faena magistral el arte de Cúchares a una expresión artística difícil de igualar y que perdurará en la memoria de los aficionados, que prácticamente llenaron el coso de Zorrilla, muchos años.
Había salido el sexto de la tarde, un ejemplar de Torrealta, de nombre Alumno, y se desplazaba con buen tranco, alegría y metiendo la cara en los primeros lances de saludo. En el caballo, aguantó una buena puya y en banderillas demostró su buena clase. Pero lo que vino después provocó el delirio de las miles de almas congregadas deseando de ver arte y de que el vallisoletano abriese el tarro de las esencias, sólo poseído por un puñado de maestros que han sido tocados por una varita divina.
Leandro citó al toro desde los medios y el morlaco, noble, con casta y humillando se arrancó desde 30 metros provocando un murmullo en los tendidos que en instantes se volvió clamor. El milagro se estaba cumpliendo, y toro y torero se fundían en una pincelada magistral que por arte de magia comenzaba a componer una sinfonía digna del más grande compositor. Cinco derechazos largos, profundos, hombros desmayados, mano baja, templados, llevando el pitón del toro a escaso centímetros del paño del vallisoletano eran sólo el comienzo.
De nuevo otra tanda, aún más reposada y las manos del diestro se mecían, llevando al toro embarcado en una muleta que parecía de seda. Pero tan bueno eran los lances como lo que sucedía luego. Marcos, muy reposado dejaba al toro recuperarse y daba distancia plegando delicadamente la muleta en sus brazos y pisando, como tienen que pisar los toreros el albero de una plaza donde se está escribiendo, dibujando, esculpiendo o componiendo una obra de arte única.
Al natural, el toreo fue cadencioso, equilibrado, armonioso. Y es que el toro no se cansaba de repetir, y de barrer el suelo con su hocico. Trincherazos, pases desmayados, de desprecio y algunos otros adornos en los que la cadera del diestro parecía que iba a girarse sobre si misma, fueron el preludio de unas manoletinas gloriosas en las que el astado parecía no querer dejare esta gran obra inacabada. El vallisoletano se fue detrás de la espada, y a pasar de que cayó algo baja, el público también quiso intervenir en la sinfonía agitando los pañuelos al aire y concediendo dos trofeos que junto a la merecida vuelta al ruedo, como homenaje póstumo, que le tributaron al excelente toro, completaron este recital artístico de un diestro con clase y un toro con casta.
La actuación del vallisoletano en la quinta de feria, eclipsó las buenas faenas protagonizadas por sus compañeros de terna, Joselito y El Juli. A pesar de que José Miguel Arroyo en su primer oponente no se acabó de acoplar con un toro, algo bronco, con fuerza pero con escaso recorrido, en el segundo astado, como ya hiciera el pasado martes, vino el rencuentro con «su» público y dibujó una faena torera, con gusto, clase, muy de la casa.
El brindis al público del madrileño ya hacía presagiar lo mejor, y no contento con ésto, Joselito, se sentó en el estribo, como tantas veces hizo cuando mandaba, y comenzó una faena que alcanzó las cotas más intensas por el pitón derecho con muletazos suaves, templados y largos.
Tan a gusto se encontraba el diestro por ese pitón, el toro demostró clase aunque escasa fuerza, que un ataque de inspiración desarmó la muleta, arrojó el estoque al albero y toreó al natural con la mano derecha, en los que tres preciosos lances, abrochados con un pase de pecho trayéndose al morlaco, brillaron por sí solos. Se volcó en el morrillo por dos veces, ya que primeramente pinchó, y cobró una estocada algo delantera, que no empañó la actuación del coletudo reencontrado con Valladolid, lo que le valió un merecido trofeo.
Repetía actuación El Juli, una vez que en la pasada tarde desorejase a un sobrero a base de casta y raza. El madrileño tejió dos buenas faenas ante dos oponentes nobles, pero muy escasos de fuerza y que en la última parte de la lidia acortaron su recorrido. El Juli estuvo muy torero, cosechando tandas ligadas por ambos pitones en sendas faenas. En el primero mató mal y se le escapó la oreja mientras que en su segundo una media estocada algo trasera, pero efectiva, permitió que los aficionados pidieran con fuerza un trofeo que el presidente no concedió.
Por su parte, Leandro en su primero no llegó a acoplarse ante un toro que repetía, pero que el vallisoletano se empeñó en torear en corto, ahogando la embestida del astado, que aún así calamocheaba y en el tercer pase de cada tanda se quedaba corto. Pero luego vino la inspiración, el duende, eso que algunos llaman toreo de pellizco y armó el taco, en su plaza, ante su público y ante José Tomás, que siguió muy de cerca lo que acontecía en el ruedo, quien sabe si con el gusanillo de volver a los ruedos.