César Jiménez es muy joven, tiene cara de crío, me parece que ni se afeita, pero está preparado de sobra para la alternativa. Alguno, después de lo de Madrid, dijo que estaba verde. Alguno que no sabe o es daltónico, claro está. César Jiménez ha demostrado en su despedida como novillero que Paco Ojeda no va a conceder el jueves una alternativa de las testimoniales. Y es que, cuando César se mida de igual a igual con las figuras, dará más de un dolor de cabeza porque tiene madera de torero importante.
No lo tendrá fácil, pero su triunfo de hoy en Sevilla también le ha costado lo suyo. El público, como la tarde, andaba frío, en plan analítico, y a los terciados novillos de Manolo González, aunque se dejaron, les faltó raza y remate en las embestidas. César comenzó en plan arrollador en su primero, con cinco derechazos de rodillas y perfectos en los medios tras los cuales construyó una faena condicionada por un animal que casi siempre salía con la cara muy alta tras acometer de manera cansina. Hubo perfección técnica, quietud de planta, algunos naturales muy lentos y la sensación de que el hombre andaba sobrado ante su enemigo, que no era gran cosa, por cierto.
Pero las virtudes de César se agrandaron con rotundidad en el quinto de la tarde. Una fuerte voltereta en el primer estatuario casi lo quita de la alternativa pero, tras el susto, el público entró en caja y se mostró mucho más receptivo. El utrero iba y venía con cierto temple pero falto de raza, sin profundidad en sus embestidas, y Jiménez dio un curso de cómo tapar los defectos de un toro. La muleta por delante, el animal muy cosido en el engaño, el muletazo muy lento, los naturales larguísimos, los derechazos a pies juntos muy relajados… Y todo ello con una seguridad absoluta propia del que se siente dueño y señor de cada situación en cada momento. La misma seguridad que tendría una figura del toreo en plena madurez. Una estocada sin puntilla le llevó a sus manos una oreja sobrada, tan sobrada como el César que la cortó.
Otra pudo conseguir Leandro Marcos, novillero también cuajado que gustó en la Maestranza por su toreo de empaque y arte. No sé si será torero (torero importante, quiero decir), pero oler, huele a torero. El novillo que abrió plaza, manso, tuvo recorrido en el primer tramo de faena y el de Valladolid le toreó con muy buenas maneras en dos series con la mano derecha en las que además hubo limpieza porque el de González no tropezó nunca la panza de su muleta. Cuando intentó el natural el novillo no aguantó y se rajó definitivamente.
Sí aguanto el cuarto, un cárdeno que tuvo clase y buen son por el pitón izquierdo. Leandro, digámoslo sin tapujos, pegó ocho o diez naturales mejores que todos los que se han visto en la pasada Feria de Abril. Toreo para paladares selectos, con algún muletazo largo, de muñeca rota, de mucho gusto y de impecable trazo. Su final de faena, con el novillo más apagado, tuvo además claridad de ideas porque Marcos optó por el natural de uno en uno, dando mucho el pecho y echándole arte a raudales a cada pase. No hubo la emoción del toreo ligado, pero sí la del toreo exquisito. Pinchó antes de la estocada y todo quedó en vuelta al ruedo. Esto mismo, en farolillos, hubiera sido de oreja.
El peor lote se lo llevó Manuel Escribano, que salió con las mismas ganas que en su anterior comparecencia pero ante un público que ya le esperó más. Le vi las mismas virtudes que la otra vez: el valor, su acierto al banderillear, la variedad en quites, el tesón. Y los mismos defectos, como los toques demasiado bruscos con la mano derecha y su escaso sentido de la estética, algo que, por cierto, no tiene nada que ver con su asesor artístico (lo del otro día fue lo que en Sevilla llamamos ‘una guasa’). Pero los defectos, ante dos novillos que no valieron un duro, siempre se notan más, y eso fue lo que le pasó al chaval. Le fue imposible construir faenas con brillo pero en su haber queda el arrimón que se pegó en el sexto de la tarde. Ni es tan bueno como decían algunos tras la novillada de Torrealta, ni tan malo como quieren verlo otros ahora. Se trata, simplemente, de un chaval que está empezando y al que hay que esperar para ver si evoluciona en positivo.