EL POTRA
C.R.V.
SAN SEBASTIÁN (España).Hasta las gafas eran de entonces. De entonces eran su humor, su genio, su ingenio, su retranca, su gracia, su filosofía de la vida y su inteligencia. Porque los hombres, y más los del toro, me da que eran más inteligentes antes, más cabales. Todo en él era de otros tiempos, los que comenzaron con el cuello duro de quita y pon de los festivos de misa, pasando por Belmonte, recalando en la lánguida historia de Manolete, abrevando en el flequillo rebelde del kilo cordobesista hasta llegar al toro y al toreo de ahora mismo. El toreo que Don Miguel vivió, sintió y con el que alimentó vida y alma. Es decir, que todo en él era historia.
El Potra era uno de esos hombres que te regalan alegría, producto caro, de existencias agotadas en los estantes. Pero no era el regalo lo que te animaba a apreciarlo, sino la forma de darlo: sin ostentación, casi de pasada, mirando hacia otra parte. Tapadito uno en el callejón de la Maestranza, con el entrañable Sema (el de las banderillas, ese que maqueó una bici de los sesenta, le puso matrícula de Triana y consiguió licencia por escrito de la empresa de Sevilla para aparcarla a la sombra, en el patio de caballos) hiriendo a los sevillistaspor debajo de su bético bigote, se acercaba muy despacio Don Miguel.
Tardaba lo suyo en recorrer los pocos metros que hay desde el burladero donde compartía asiento con Don Alvaro Domecq hasta el nuestro. A veces salía en el segundo toro y llegaba a mi vera en el cuarto, sin hacer ruido. Te dabas la vuelta y allí estaba, mirándote como sin mirar. De tranco lento, las manos anudadas por detrás, a la altura de los riñones, …» quedissseeldelatele….». Y comenzaba a apretar a este torero o a aquel, o al apoderado tal o cual…pero sin maldad. Porque Don Miguel tenía licencia para decir lo que fuera. Era tan listo que nada en él molestaba si no que producía el efecto balsámico de la alegría,de la reflexión sin trauma. Como debía ser entonces.
Algunos días se acercaba a buscar bulla, pero de esa fetén, calladita. Prendiendo fuego sin que se viera el humo. Santi Ellauri cerca, al lado, Sánchez Elena, o Bermejo, o el propio Emilio Moreno o César El Moranco…Todo el mundo firme y callado que El Potra hablaba…a su manera. Tal que así: capaz de hacer chanza pública en la cara de uno de esos nuevos que llegan al toro con aires de que todos son tontos y él el listo. Pero lo hacía con tanto arte que el sujeto quedaba íntimanente convencido de que Don Miguel le había echado un piropo. Y cuando nos perdía la cara el gesto de El Potra era como una firma. Un punto final.
Lo mismo hacía en Pamplona, o donde fuera, porque le funcionaba tan bien la mente que te contaba cosas nuevas. Supongo que unas más ciertas que otras. Daba igual, porque tenía crédito y credibilidad. A veces, cuando las tardes de toros eran pésimas, lo buscábamos como el agua en el desierto. Pero su apariencia de hombre de entonces, con el último botón de la camisa abrochado, o la gorra campera, recogido el cuerpo, templado el gesto, guardada secretos.
Como esos viajes sin hacer ruido, año tras año, para dar comida a espuertas a los niños y familias necesitadas, como esas anotaciones a pie de obra que te hacían descubrir un nuevo error en tu apreciación de supuesto entendido de toros…» a ve er de la alcachssofa, que vi a largar y se van a enterar todos…» Y luego se la ponías y, sin largar, largaba, sin sentenciar, sentenciaba. Y todos nos enterábamos.
Hay otro hombre cabal, otro Potra veterinario, su hijo. Otro hombre del toro sensato, templado. Ese también se te viene encima sin hacer ruido. Lo ha mamado del tronco caído ahora… Y para quien no tratara a su padre, me permito describirlo como sigue. Don Miguel era uno de esos hombres que salen en mil fotos (mayormente en blanco y negro) al lado de un rey, de un actor o de un futbolista y que cuando las vemos colgadas en un bar, preguntamos al que tira la caña quien es el otro. Más sencillo, le hacemos una foto al lado de Beckham y de diez, nueve preguntarán ¿quién es que está al lado de El Potra?.
Cuando alguien muere nos embargan muchas dudas. Una de ellas es hacia donde vamos luego. Puede que al Cielo. Pero la razón que nos enseñaron para matizar nuestra fe, nos hace dudar si existe esa finca que ni se ve ni está registrada. De tantas preguntas que le hice a Don Miguel, me faltó una. Porque si El Potra hubiera dicho que el Cielo existe, ya no necesitaría las respuestas filosóficas de iglesia o científicos. Su palabra iba a misa.