La tarde en Antequera fue grande. Grande porque los tres toreros salieron en hombros, porque hubo un toro bravo de verdad premiado con la vuelta al ruedo, porque la plaza casi se llenó en tiempos de crisis y porque Enrique Ponce, Jesulín de Ubrique y Rivera Ordóñez -cada uno en su estilo- estuvieron en plan grande.
Ponce por ejemplo toreó a placer al noble primero, un animal de Barral en el límite de las fuerzas pero recuperado gracias al tiempo que le dio Enrique, al pulso con el que lo llevó embebido en la muleta, gracias a la manera en que acarició cada embestida. Ponce completó una faena con gran sentido del temple, de la armonía, de la estética y de la inteligencia. Magistral. También entendió perfecto al cuarto, que buscaba la tela por abajo pero más protestón, rebrincadito, reservón en ocasiones y que al final acabó muy parado. Antes Enriquefue capaz de taparle la cara y los defectos en una faena de notable técnica. Una faena que pareció más fácil de lo que en realidad fue.
Jesulín no pudo triunfar con el nobilísimo pero lesionado segundo toro, pero al quinto le cortó el rabo. Este cuatreño de María José Barral (muy en hechuras de lo que tiene de Sampedro) fue bravo en el caballo, empujó metiendo los riñones en un gran puyazo de Manolo Cid, y llegó a la muleta con una sensacional embestida. Toro bravo y enrazado, también noble, transmitiendo, obedeciendo a los toques, y a la vez exigiendo un toreo de poder y mando. Así lo toreó un Jesulín ya plenamente recuperado para la Fiesta. Con largura, con sometimiento, rematando los muletazos por debajo de la pala del pitón y con ese innato sentido del temple que le permite evitar enganchones aunque la acometida tenga fibra. Cuajó Jesús series impecablemente ligadas, largas, hondas y rematadas. Y la gente estalló de gozo cuando además mató por el hoyo de las agujas.
Rivera Ordóñez, estrellado con el incapaz tercero al que no pudo ni entrar a matar, salió con la olla a presión en el sexto tras el triunfo de sus rivales. Largas cambiadas en el tercio, tres pares de banderillas muy meritorios y un inicio de faena echado de rodillas. Pero tras el ataque había que torear. Y Rivera, sereno, relajado, en los medios con el toro, toreó. Toreó larguísimo, muy derecha la figura -creo que más que nunca -sin tirones, con la muleta puesta en la cara para que el buen toro repitiera, con excelente trazo cuando abrió el compás, y muy puro al citar de frente a pies juntos. La faena de Rivera fue excelente, irreprochable, y mal culminada con la espada. Perdió el rabo, pero no las orejas que le aupaban en el carro del triunfo. Enhorabuena a todos.