Conforme iban sucediéndose los novillos de Guadalest la gente fue tomando partido por ellos en detrimento de los novilleros. Eso sucedió hasta el cuarto porque, a excepción del segundo, todos fueron material muy apto para el triunfo de los toreros, animales de alta nobleza y más alta toreabilidad. Novillada de lujo que puso a la gente a favor del ganado hasta que en el quinto el mexicano Alejandro Amaya (en la imagen) se encargó de cambiar las tornas y salvarse de la quema.
Las armas de este torero azteca fueron una solemnidad, una seriedad y un temple que rayaron el más puro estilo ‘tomasiano’ (de José Tomás, se entiende). Armas de torero más que interesante al que habrá que seguir la pista con paciencia porque todo en este torero es despacioso, lento. Así, cuando el enemigo no embiste, caso del segundo, él no se altera. Sigue a su ritmo: se coloca despacio, intenta torear despacio…, hasta el punto de que puede resultar un tanto cansino.
Menos mal que el quinto, un precioso salinero, le dejó hacer más. Pese a estar lesionado de una pezuña, este astado de Guadalest entró en el grupo de los de calidad de la tarde y permitió ver a Amaya con capote y muleta. Con esa capa que coge tan corta que apenas le deja marcar la salida del novillo, cuajó excelentes verónicas de salida y luego en el quite. Con la muleta sobresalió un toreo zurdo en el que demostró que sabe esperar, embarcar y llevar muy despacio las embestidas. Toreo de calidad, con alma, el mejor de la tarde. Toreo que dejó con las ganas de ver más veces a este mexicano impávido que maneja muy despacito las telas. Para él la única oreja de la tarde.
Y hablando de novillos buenos, lo fueron de verdad tercero y cuarto. El tercero con gran calidad y embestidas de auténtico carretón y el cuarto más completo y con mayor transmisión. Ni a uno ni a otro le cortaron las orejas. Y no es que Andrés Luis Dorado y Leandro Marcos estuvieran mal, pero tampoco bien, o a la altura de los bombones que tenían delante. Ése es el problema. No se puede ser novillero y comportarse como una figura del toreo con todo ganado. Con todo, Dorado, que es de la tierra y todavía tiene muchas carencias técnicas por pura inexperiencia, estuvo templado y perdió la oreja con la espada; mientras que Marcos se hartó de dar muletazos en series cortas y sin romperse, igual que en su primero, aunque con la dispensa de que este novillo se un poco menos.
Como menos colaborador fue también el sexto, que desbordó a Andrés Luis Dorado con el capote y le pidió un esfuerzo con la muleta. Digamos que la pelea quedó en tablas en este caso, pero no en el de la tarde al completo, en la que los de Guadalest ganaron a los puntos a los novilleros. A todos menos a Amaya, claro está, que este manito sabe qué bueno es eso de ‘despacito pero con buena letra’.
FOTOGRAFÍA: AGUSTÍN ARJONA