Nadie mejor que un torero para saber del sufrimiento de un compañero. Pocos como Antonio Ferrera o Paco Ureña saben de la cara más dura de la profesión. Ambos la han sufrido en sus carnes. Y no pocas veces. Por eso, y por la amistad que les une, quisieron acompañar a Rafaelillo en su regreso. Ningún aliento más cálido, más cercano y más humano que el de un compañero en esos momentos. El toreo, y los toreros, aunque a veces les tachemos de lo contrario, son puro sentimiento.
Aculados en las tablas de San Telmo
Artículo de opinión de Carlos Navarro Antolín en Diario de Sevilla