ÓSCAR RUIZ «RUAZA»
En Grazalena (Cádiz) con motivo de la festividad de la Virgen del Carmen se celebra el conocido Toro de la Virgen de Grazalena. En Grazalema los monjes Carmelitas Descalzos son los que cristianizan la fiesta del toro a comienzos del siglo XVIII. Desde entonces, el toro del pueblo se convierte en el toro de la Virgen del Carmen.
Los monjes construyen en el barrio alto del pueblo un convento que es hoy día La Iglesia de San José, y edifican un hospicio, sitio de alojamiento de peregrinos que pasan temporadas en el pueblo. Así mismo,
los monjes crean una hermandad, la Hermandad de la Virgen del Carmen.
En el barrio bajo se construyen más o menos en el mismo tiempo, varias iglesias, y se reforma la mezquita convirtiéndose en la Iglesia de San Juan. Varias hermandades se crean, pero sobre todo una, la Hermandad de la Virgen de los Ángeles, fundada por eclesiásticos seculares, agrupará a la mayoría de los habitantes del barrio bajo.
La rivalidad entre las dos hermandades llegó a tal extremo que, en las procesiones que se organizaban durante las celebraciones de sus fiestas, cada Virgen se paseaba tan sólo por las calles de sus
respectivos barrios, guardándose muy bien de no pisar territorio contrario. Y, lo mismo ocurría con las fiestas del toro, corriéndose el animal por separado en cada barrio.
Existía una jerga, una especie de idioma bovino, en el hablar diario de los grazalemeños. La palabra «hopo» o «jopo», mechón de pelo o, figurativamente, pene del toro, se utilizaba, y todavía se usa en algunas ocasiones, para distinguir a los vecinos de uno u otro barrio.
Los «Jopones» (penes grandes de toros) eran los que habitaban en el barrio alto y pertenecían a la Hermandad del Carmen y lo «Jopiches» (penes pequeños) eran los residentes del barrio de abajo. Los primeros eran mayormente pastores, ganaderos,
obreros de las fábricas de textiles. Los «Jopiches» eran «más finos», y aunque muchos de ellos eran obreros, en su barrio vivía la clase alta.
En el barrio de los «Jopones» se corría el toro el lunes. El animal entraba en el pueblo acompañado de quince o veinte cabestros, se le ensogaba y se le conducía hasta el atrio de la iglesia. Después de su visita a la iglesia donde se veneraba a la Virgen del Carmen, al toro se le corría por todas las calles del barrio alto y los «Jopones»rehusaban a que el toro pisara territorio «Jopiche».
La fiesta terminaba cuando el animal estaba totalmente agotado. De forma metafórica, se podría decir que su fuerza, su poder, quedaban ese día en cada hombre que corría delante del toro. Sin bravura ni fuerza, el toro dejaba de ser toro para convertirse en un animal manso, con esta muerte simbólica acababa la fiesta.