Que sí, que tuvo muy poquita fuerza, que los toros se caían al menor esfuerzo, que había que mimarlos… Todo eso es verdad. Pero hubo un par de ellos que, amigo mío, eran de los que los artistas consumados –ponga aquí el nombre de su preferencia, bien sea Romero, o Paula, o Manzanares…– utilizan para amasar grandes faenas o, al menos, para dejarnos con el paladar saturado por el sabor del toreo eterno.
Dos de Gabriel Rojas –y si me apuran hasta tres– pidieron manos templadas, manos artistas que labraran el cante grande. Pero el cartel, con todos mis respetos, no daba para eso. Por eso al final predominó la impresión y la desazón de una corrida sin fuerza sobre lo que los toreros pudieron realizar con este material de calidad.
Vaya por delante que los toros que embistieron fueron los que estuvieron más en tipo y pesaron menos de la corrida de Rojas. Segundo, tercero y, si me apuran, sexto, con 483, 489 y 454 kilos respectivamente. Cuando salieron los de más de 550 kilos la cosa cambió sustancialmente. Por eso la segunda mitad de la corrida, o la corrida postmerienda, casi se hundió. Ahí, y para que haya excepción a la regla, salió un toro de Peralta que movió de forma encastada y seria sus 598 kilos para apuro de Chicote, el diestro local que sustituyó al Califa.
Pero vamos por orden. Decía arriba lo de las manos templadas que requirieron los toros segundo y tercero. El segundo tuvo un pitón izquierdo para hacerle un monumento. Chicote le cortó una oreja después de una faena sin la redondez requerida y permitida por el toro, pero que incluyó detalles de buena calidad por parte de este diestro granadino. Algún trincherazo, algún natural, algún pase de pecho…, buenos muletazos sueltos bien acogidos por sus paisanos, que le perdonaron que no lograra mayor contundencia en su labor, sobre todo después de la buena estocada que recetó al toro Piconcillo.
Menos unanimidad hubo al valorar la faena que le hizo al quinto, un sobrero de Peralta que puso en jaque a su cuadrilla y desconfió al torero. Chicote hizo un esfuerzo para comprobar que el de Peralta, encastado, se desplazaba con seriedad y claridad si se le hacían bien las cosas. El granadino se echó un pulso con el toro y consigo mismo y no hubo claro ganador.
Para manos templadas, las de Dávila. El más templado de los tres y el único que se fue de vacío por su insistente forma de pinchar a los toros. La faena más interesante de la tarde fue la que este sevillano le hizo al tercero, acoplándose muy bien al ritmo lento de la embestida del toro, dándole un trato suave y templado a un animal que pedía pulso. La pena es que no matara a ese toro y tampoco al sexto, otro de los entipados que tuvieron tanta voluntad de embestir como falta de fuerza. De haberle funcionado la espada, Dávila hubiera conseguido el triunfo más rotundo. Fue el que estuvo mejor.
Por su parte, El Cordobés cortó una oreja facilona a su primero y los cabales no se lo perdonaron. Tanto es así que acabaron pitándole en el cuarto. Con el toro al que cortó la oreja, El Cordobés pareció firmar un pacto de no agresión. No molestó al de Rojas y el toro embistió a duras penas. La faena, sin ser gran cosa, fue a más en acoplamiento. Más de media estocada fulminante puso en las manos de El Cordobés una oreja polémica, un trofeo por el que le pasarían factura cuando el torero se empeñó en hacer andar al más descastado y pesado de los tilulares.
Por cierto, y a falta de pan, enorme de nuevo Juan Montiel. Esta vez con los palos. Enhorabuena, torero.
FOTOGRAFÍA: AGUSTÍN ARJONA/P>
