Los comentarios a la salida de la plaza se centraron hoy, principalmente, en el juego de los toros de Jandilla. Más protagonistas en las conversaciones que los propios toreros. Cuatro de los seis ejemplares embarcados por Borja Domecq para la Feria del Toro fueron arrastrados entre sonoros aplausos por su comportamiento: bravo, noble y repetidor. Algo infrecuente, máxime en plazas como la de Pamplona, donde la exigencia de trapío es mucha, pero así ha sido. Los cuatro toros embestidores cayeron en dos lotes y la pareja restante, de peor calidad, se juntó en otro. Ni adrede sale igual.
El agraviado por la suerte en el sorteo fue Eugenio de Mora. A manos del toledano llegó un segundo toro montado, de buen galope, que prometió y no cumplió. Al poco de comenzar la faena de muleta, refrenose, acortó las embestidas, se vino abajo e hizo un feo al diestro que, ni pudo hacer honor al brindis, ni, para colmo de males, tuvo una oportunidad distinta con el quinto. Tardó aquel Jandilla en definirse, arrancándose desordenadamente en viajes de distinta intensidad, sin clase y, de esa manera, resultó difícil templarlo. De Mora hilvanó los disímiles embates del toro pero sin calar en el público y mató irregularmente.
Dos de los toros buenos le correspondieron a Zotoluco. Muy dispuesto, desplegó el capote en variados quites, aprovechó la bonanza del pitón izquierdo para, perdiendo pasos entre pase y pase, templar las acometidas del toro. Aleatoriamente ofició desplantes de rodillas muy celebrados por las peñas, que corearon su nombre. Enterró la espada ladeada y cortó una oreja.
Otras dos puso a su alcance el cuarto, Jaquetón por nombre, un toro con arrobas y una calidad extra en contraste con su animalidad. De talante sencillo como la codorniz, acometió a la muleta del mexicano tal si de un planeador entrando en pista se tratara. En la larga faena descrita por Zotoluco, profusa en series de muletazos, quedaron entreverados unos cuantos de exquisita factura, más pinchó y eso en Pamplonaes pecado imperdonable.
A la faena de El Juli al tercero, otro toro de alta nota para la muleta, le faltó reposo. La aceleración con que transitó el madrileño por los primeros tercios no se la había sacudido de encima al coger espada y muleta y faenó hasta agotar el tiempo dando muchos pases, diciendo poco. No se acoplaba El Juli con el toro, lo intentaba todo, de pie, de rodillas, ensayaba el martinete, el circular de espaldas, los dobles pases de pecho, la Biblia en pasta y no conseguía estimular al público. La espada le redimió porque en él es un seguro a todo riesgo.
Bajo de vueltas enfrentó la lidia del bravo sexto y esta vez sí cuajo una faena maciza, desde la apertura con estatuarios y trincherillas, hasta el fin de faena, estéticamente cerrado con un monumental pase de pecho. Entre medias, muletazos por ambos pitones instrumentados con garbo, templanza y ligazón. Se volcó en la estocada pero necesitó del descabello para rendir al toro y, lo que podría haber sido un suculento premio, quedó en el óbolo de la oreja. Salió un día más a hombros El Juli. Y sin embargo, los toros fueron el eje en las tertulias.