No hubo la decepción que suele empañar las tardes de expectación, y es que los seis de Juan Pedro Domecq tuvieron la nota común de la movilidad, pero no sólo eso, sino muchas más notas positivas. La corrida tuvo casta buena y además de dos toros de bandera, precisamente el lote de Ponce, los que no se entregaron con claridad en la muleta, al menos permitieron los gestos de valor de los toreros.
Estos últimos no vinieron a Olivenza a cumplir el trámite. Vinieron a emplearse a fondo, a competir y a ver quien ganaba la partida a quien. Y es que la primera línea del toreo está en ebullición y eso se manifestó en el ruedo oliventino.
Ponce no se acopló con el primer toro, un animal bravo y con calidad, el de más clase de todos, en una faena que tuvo dos desarmes e hicieron que aquello no despegara. Morante se fajó con el segundo, un astado bronco con el que el sevillano se limitó a estar delante un tiempo prudencial, sabiendo que no era el toro para lucirse. Pero a partir del tercero apretó el acelerador El Juli.
La corrida empezó a coger un ritmo ascendente. Julián plantó cara con firmeza y seguridad a un toro complicado, respetuoso y buscón. El joven madrileño acabó ganándole la pelea y el de Juan Pedro se rajó, pero hasta entonces transmitió emoción.
Apareció el mejor Ponce en el cuarto. Si a su primero no le pudo sacar todo el partido que mereció, a éste sí. Enrique realizó una faena extraordinaria en los medios. Los muletazos tuvieron temple y cadencia, además de ligazón, principios fundamentales del toreo. El toro demostró poderío, fue a más y embistió con codicia. Ante él, un torero capaz, que siempre le dejó la muleta en la cara y todo lo hizo con suavidad. La obra del valenciano fue larga, variada y completa. Resultó una conjunción perfecta entre toro y torero que llevaron el delirio a los tendidos.
Salió el quinto y Morante toreó como un ángel con el capote, en un quite precioso compuesto por verónicas y media (en la imagen). El animal embestía con suavidad y el de La Puebla se encontraba en su salsa. La faena tuvo altibajos, pero estuvo llena de detalles pintureros y gracia, esa que atesora este torero en sus manos.
Llegaba el final y El Juli no había cortado orejas. Julián recibió al último con dos largas en el tercio para después animar con el vistoso quite de la lopecina. Se lució con los palos y cogió la muleta con la raza que le caracteriza. Como el toro se quedaba corto y tenía poco recorrido, optó por meterse entre los pitones, arrimarse sin escrúpulos y triunfar. Consiguió su propósito, aunque sin cortar orejas por culpa de la espada. Pero demostró que su sitio es suyo y no se lo va a dejar quitar.
Por tanto, triunfó la fiesta, con tres conceptos bien distintos de toreo, pero todos de alto nivel.
FOTOGRAFÍA: MAURICE BERHO.