La Maestranza parecía la serie esa de los teletubbies, en la que unos muñecos asexuados se abrazaban y sonreían sin cesar y sin motivo aparente. Suele pasar en las corridas de rejones: el público aplaude cada vez que el jinete levanta el sombrero hacia el tendido, cada vez que mata de un rejonazo en los bajos, cada vez que pasa en falso y cada vez que el caballo hace una monería para citar al toro. Es decir: aplaude sin motivo aparente. Lo de hoy, sin embargo, ha sobrepasado los límites de lo imaginable.
La culminación del jolgorio ha llegado con la salida por la Puerta del Príncipe de Rui Fernandes, un caballero portugués que ha estado muy bien en Sevilla, pero que en ningún caso ha hecho méritos para cruzar la noble puerta. Rui quebró con riesgo y exposición antes de clavar precisos rejones de castigo, templó la embestida del buen toro de Murube, dejó farpas en todo lo alto, dos rosas para rematar la faena y un certero rejón de castigo. El público sacó los pañuelos y el presidente sacó el suyo dos veces. San Antonio Pulido, excelente persona, merece una calle con su nombre en Lisboa.
Además de las orejas concedidas a Rui, tocaron pelo Luis Domecq y Álvaro Montes. El jerezano, tras realizar un toreo a caballo de temple y mucha pureza, atacando frontalmente, sin estridencias, clavando con facilidad y –eso sí –matando de un rejón en los sótanos.
Y Álvaro Montes por todo lo contrario. Espectacular, vibrante y decidido, emocionó por su manera de recibir al toro a portagayola, por la ejecución de varias piruetas trepidantes y por tres banderillas cortas (la última al violín) que dejaron encantado al beato público que hoy se acercó a la Maestranza.
De los tres que no cortaron trofeos, el que más brilló fue Martín Burgos, y brilló porque encandiló a los tendidos con varios encuentros quebrando y clavando al violín, una suerte de enormes dificultades y que Raúl ejecuta con limpieza y aparente facilidad. Si no falla con el descabello hubiera cortado una justa oreja. Finalmente, el muy torero Leonardo Hernández se topó con un toro demasiado falto de raza, y Sergio Galán con el más reservón del noble encierro de Murube. Ambos brillaron en momentos puntuales pero no pudieron redondear faena.