Una corrida para la sombra en Pamplona es como un cuadro de Picasso en el desierto de Etiopía. Un efecto parecido fue el producido por la nobleza de los Jandillas. La corrida tuvo cuajo y aparatosidad. Casi todos muy musculados, con el lunar negro de un toro apto para las calles, el primero de Rivera Ordóñez, y algún otro montado. Pero corrida fuerte con arboladura y trapío que, curiosamente, no arrancó ninguna palma de salida, o sea, que a los que le gustan los bueyes, caso del segundo toro, no tenían ganas de aplaudir y a los que les gusta el toro en tipo, caso del quinto, tampoco quisieron pronunciarse. Por lo tanto, corrida de encefalograma plano para el tendido pero de aspectos positivos para los entendidos.
En realidad a los Jandillas se les vio más y mejor desde los asientos de sombra. Muy a su aire los del sol, cada vez más repetitivos y sin originalidad en su bulla, las lidias de Víctor Puerto, el coraje recio de Castaño y la disposición de Rivera Ordóñez, se vieron con mejores ojos en el lado oscuro de la plaza.
No hubo grandes faenas pero sí por ejemplo dos lidias eficaces, sin una sola concesión, de contenido académico, a cargo de Víctor Puerto, el primero, que cumplió en varas y se pegó una costalada, tuvo calidad pero se movía con dificultad a causa de su estructura grandullona. Puerto le dio aire, sitio y pausas y lo muleteó con profundidad por el pitón izquierdo, quedándose más corto el toro por el derecho. Una faena agradable a la vista y rematada de forma defectuosa con la espada. Necesitaba más fibra la lidia al cuarto, un toro montado de salida, que comenzó a descolgar cuando Puerto le obligó por abajo, en otra de esas faenas que dan certificado de solvencia al que la interpreta. La sombra, salió de su marasmo y le premió con una fuerte ovación.
Un toro de bou al carrer antiestético de cara, amplio y destartalado, aunque manejable por el pitón derecho, que pesaría unos 650 kilos, fue lidiado por un Rivera Ordóñez, lógicamente avisado al principio, y resuelto cuando vio que la condición del animal no era mala. El peso pesado era sosito y la faena, que no podía tener apreturas, por la amplitud de la cuerna, terminó con una estocada baja y una cornada en la axila izquierda del torero de nueve centímetros de extensión. Salió Francisco para lidiar al quinto, el toro menos puesto de la corrida, un animal ciertamente a menos, aunque noble y que duró dos o tres tandas por el pitón derecho. La faena no tuvo cuerpo y la estructura estaba destinada a cubrir dignamente la función.
El tercero se fue corrido al caballo y tanto le pegaron que se fue desangrando, parándose e impidiendo cualquier lucimiento del debutante Javier Castaño. No tiene mucha suerte este torero por el norte, porque de sexto lidió a un ejemplar manso y violento que se movió un rato pero de forma desabrida y con el que demostró tener buenas reservas de valor. Toro áspero, faena áspera y estocada en el sótano. Al sótano se puede ir la feria si el espectáculo no remonta.