Una horterada. Un despropósito de corrida que hace daño a esta feria de buenos toros. De repente se oscurece Donostia con la lluvia. Luego presentan una corrida en escalera. Feucha. Por si fuera dos o tres toros no tenía el trapío exigido en este coso, segundo y tercero al menos. El primero era montado y feo; el cuarto, cumplido de edad por los pelos, fue devuelto por renqueante. El sexto grande pero sin remate y desagradable a la vista. Ainda mais, que diría el gallero: mansa de condición muy baja de casta y con violencia o amigos de las maderas.
Una horterada de festejo. Esa gente de Donostia, que dora menos el cuerpo que la del sur, bien comida y educada, sentadita en sus butacas azules. Ese palco pintado en grana, con sus arbolitos, sus hertzianas a los lados con su txapela roja, ese Tuduriquestásenloscielos…Orgullosa la cubierta nos cubría de la tormenta, todo en orden, soportando el fiasco de los zalduendos, cuando a alguien se le ocurre abrir el tejado. Apenas un par de medros de medio a medio, y..ya no se pudo cerrar por avatares tecnológicos. Un río de barro partió la plaza al cumular la lluvia y más tarde, huyeron de sus butacas aficionados del tendido cuatro: se declaró en rebeldía una gotera y les mojó. Paraguas bajo gigante paraguas. Una horterada. Por si fuera poco, me dicen que hubo amenaza de bomba, suceso no confirmado por las autoridades.
Y una pena porque había chicha en el cartel, con la presencia de un renovado Rincón. Siendo sinceros, el colombiano está puesto y la prueba del algodón es la lidia al primer toro, ejemplar que no peleó en varas y que apenas sangró, alto de cruz y que llegó a la muleta con brusquedad. Siempre la misma distancia, muleta por delante y esperando que llegara al embroque, Rincón aguantó una movilidad descompuesta, algunos parones y tornillazos. Firme y capaz, muy despejada la mente. Si trata de atacarle y dejársela sin enmendar, lo manda al palco. Mató de pinchazo y estocada. El sobrero de Hermanos Lozano fue un ejemplar serio, musculado, manso declarado, indemne en varas, que llegó violento y con pies a la muleta, por lo que el torero pasó a machetearlo en breve aliño sobre las piernas.
El lote de El Juli fue un ejemplo de la mansedumbre en distinta tendencia. Uno chico, con genio y violencia pero sin fuerza. Se la puso el torero por los dos pitones pero el toro no pasaba. Si se llega a mover era una prenda. El quinto manseó, pero sin violencia. Un toro bien presentado que buscó siempre terrenos de nadie, dando la vuelta al revés o buscando las maderas y con él se afanó el torero. Se fue el toro cerca de chiqueros y allí volvió a robarle algún muletazo antes de matarlo de un sensacional volapié.
Y que nadie piense que el lote de Antonio Barrera le dio facilidades, porque se trataron de dos ejemplares muy distintos en todo pero sin un ápice de bravura o nobleza. El tercero, un castaño muy escaso de cuerpo y de cara abierta y fea, tomaba el primer muletazo como dormido, como cuando Giladecía eso de ¡ alguien ha matado a alguien¡, mirando donde las avestruces, pero cuando intentaba ligarle el segundo el animal se movía violento, brusco…Pesaba mucho cerca de tablas, pero tampoco mejoró en las afueras en una faena de torero valiente. Nunca se arrugó Barreray lo agradeció la parroquia.
El sexto, aparte de peso, ni tenía hechuras, ni trapío ni nada, Largo, fino, barrigudo…y muy manso y cobardón. Sin otro problema que ir buscarle después de cada muletazo pues huía al trote. Se metió mucho Barrera con él, y quizá eso no era lo aconsejable, pero jamás le bajó el ánimo y llegó a ligarle varios pases seguidos, con el toro respondiendo con mansa nobleza o en huida. Una faena muy larga con estocada efectiva ante un toro difícil de sujetar. Una oreja bien trabajada, con muchos metros recorridos.