La ilusión de los preparativos, el runrún expectativo de los días previos y la soñada grandeza de una tarde memorable, fueron yéndose abajo como castillo de naipes en el discurrir de un par de horas. La lidia de Joselitoa seis toros de otras tantas ganaderías, sopesada globalmente, quedó en agua de cerraja. Ni satisfizo al público, ni dejó contento al torero. Las reses, escogidas con esmero por el diestro madrileño y su representante Enrique Martín Arranz, no aportaron al espectáculo la necesaria contribución de bravura, fuerza y celo en las embestidas para que surgiera la emoción, ese factor indispensable en la fiesta.
Joselitosí puso de su parte decisión y entrega durante toda la tarde pero, paulatinamente, el comportamiento de los toros desmanteló un trabajo organizativo que se había cuidado con primor casi arqueológico.
Con la animosidad intacta, Joselitomovió el percal suelto y con buen aire en el saludo al primer toro de la tarde. Feo, corretón, de poca presencia, el pupilo de Domingo Hernández salió suelto del puyazo y huyó sin disimulo cuando José Miguel Arroyotrató de hacer faena. La condición del animal aconsejaba abreviar, pero el madrileño quiso demostrar que venía dispuesto a dar un recital de torería y dedicación. Lo mató de una estocada honda, trasera y desprendida y escuchó amables palmas del público.
La manifiesta debilidad del segundo, un toro con el hierro de Carmen Lorenzo fue protestada airadamente y tras un puyazo de trasera colocación del que salió blandeando, las protestas se recrudecieron.
Para acallar el griterio, Joselito ensayó en el quite la crinolina con caracolina, consiguiendo que las voces desaprobatorias se tornaran en gestos de admiración hacia los arabescos de su capote. A renglón seguido ensambló chicuelinas con tafalleras y el toro se vino arriba. Brindó el espada madrileño al respetable y, después de un precioso comienzo de faena variado y acompasado, consiguió toreando sobre la mano derecha un par de tandas que tuvieron hondura y ligazón, tandas instrumentadas en el terreno elegido por el toro, muy cerca de las tablas. Al poco, el animal se sintió podido y rehusó repetir las embestidas. Con todo, la faena, de haber matado Joselitoa la primera,seguramente, habría merecido el premio de la oreja.
Al salir el tercero de Jandilla, Joselito comprobó que humillaba, queriendo alcanzar con el hocico los vuelos de su capote. Le gustó al diestro y al público el carácter del toro pero, después de varas, se apagó del todo.
La segunda parte no mejoró en nada la primera. Al contrario, la corrida se deslizó por una rampa aún más pendiente. El cuarto toro, de la divisa de José Miguel Arroyo, fue soso, no repitió las embestidas y abortó cualquier posibilidad a que el trasteo cogiera ritmo. Lo mejor de esa fase lidiadora fue la estocada con que Joselito lo fulminó.
Gordo y bien armado el quinto, de José Luis Pereda, también se quedó con una embestida corta al llegar el tercio de muleta y, de poco sirvió la larga de rodillas con que lo recibió el madrileño y la vivacidad impresa en los lances a pies juntos que desplegó para sacarlo a los medios. No obstante, Joselito se fajó con él, aguantó inquietantes giros de cabeza muy pegado a los pitones y contuvo varias veces el instintivo respingo que provocaba la acción del toro. La espada en esta ocasión se fue casi al número, aunque la ejecución del volapié fue irreprochable.
Cuando salió el sexto, una ejemplar de Victoriano del Río bien hecho y aparente, nadie daba un duro por que se cambiaran las tornas, y así fue. Flojeó el animal y Joselito, en lugar de ayudarlo al abrir faena con pases por alto, lo sometió con muletazos por bajo que acabaron tirando al toro. En este último capítulo de la corrida Joselito apareció entregado a su suerte y un tanto desfondado.
Al final, en los mentideros post-corrida se aludía a los honorarios que ha percibido el diestro madrileño por esta nueva gesta. Con toda seguridad, a Joselito hoy le importaba más haber conseguido réditos para la temporada que ahora empieza, que juntar un capital.