‘No me traigas más a los toros, que me aburro’, le espetó el señor de la elegante corbata azul a su también distinguida señora. Y la señora le explicó que no es que se hubiera aburrido él, sino toda la plaza, y reforzaba la idea preguntando a sus vecinos de localidad: ‘¿Verdad, señor, que usted se ha aburrido?’, y el señor decía que sí agitando con fuerza su cabeza.
La plaza entera agitaría su cabeza de forma afirmativa si la elegante señora se lo preguntara. O sea, que su querido marido no era ningún bicho raro por haberse aburrido. Eso era lo normal dadas las circunstancias. ¿Qué pasó? ¿De quién fue la culpa del desaguisado? Un reparto sería lo más justo. Fallaron los toros y fallaron algunos toreros con otros toros más potables.
A flote del naufragio de la tarde quedó el sevillano Luis Vilches. Por disposición, fundamentalmente, se distinguió de sus compañeros. Lástima que para Luis no hubiera un toro completo. Porque su segundo metía muy bien la cara –sobre todo por el pitón derecho- pero estuvo tan limitado de fuerza que su colaboración fue sólo relativa. La suficiente para que Vilches mostrara el excelente trazo de su toreo, pero insuficiente a todas luces para romper la plaza con el toreo desgarrado que se vislumbraba en el de Utrera. A media luz nos quedamos ahí, y casi oscuras en los otros cinco toros. A no ser que nos alumbrara –como un rayo de esperanza- la disposición y solvencia del propio Vilches con el toro que abrió plaza, un manso huidizo al que era imposible ligar los muletazos. El talante de diestro sevillano le distinguió ya en ese toro para el resto de la tarde como el único coletudo que podía arreglar la situación. Lástima de la flojedad del quinto…
Porque los salmantinos Gallo y Capea no dijeron casi nada, unas veces porque no pudieron decirlo y otras porque no fueron capaces de hacerlo. Éste es el caso de Gallo, que tuvo en su primer toro materia apta no ya para el triunfo –que también- sino para estar de otra manera. El tercero fue el animal más potable y dulce de los del Puerto de San Lorenzoy el torero lo entendió bien en las primeras series diestras, pero sin creérselo ni romperse. De modo que a partir de la tercera tanda la faena se perdió, sin que Gallo se acoplara siquiera a una embestida potable que el toro ofrecía por el pitón izquierdo. Si en éste no pudo ser, mucho menos en el quinto, un sobrero orondo de 610 kilos que acusó este exceso de peso en su forma de moverse. Aquí todo fue tibio y aburrido, una insistencia sin consistencia que no llevó a nada.
Capea también tuvo problemas de conexión con el público, pero los suyos más justificados que en el caso de Gallo. Su primer toro se salió de la faena en la segunda serie y a partir de ese momento Capea dio pases, sí, pero sin decir nada. Lógico. Y más de lo mismo en el sexto, al que no podía someter porque se caía ni podía aliviar porque se defendía y descomponía el muletazo. Eso mientras duró, porque a la segunda serie ya rehusó la pelea y se quiso ir a chiqueros de puro manso. Un número para aburrir al más pintado, aunque algunos paliaron el tedio con los goles del Sevilla y otros pensando qué corbata se va a poner para ir al ‘pescaíto’, porque mañana ‘miarma’ es ‘lunes de alumbrao’, y eso es lo que importa.