Gentes del toreo cortaron esta mañana La Castellana quemando un par de ruedas y alineándose en la carretera. A resultas de esta acción, desde dentro del toreo y desde fuera, comienza a hablarse del uso de la violencia y del vandalismo. Pero yo les pregunto: ¿Qué es violencia? Lo pregunto en el contexto de unos tiempos en donde el Congreso es el centro de la más despreciable violencia a la idea del otro. Donde los políticos se amenazan de forma directa con escraches, vigilancias, demandas e insultos. Donde las redes sociales son un infame campo de batalla sin ley. Donde se subvencionan programas de TV como ‘Sálvame’ cuyo contenido es la más obscena vejación del ser humano.
El hambre es la mayor de las violencias. El trato injusto es violencia cum laude. El ninguneo, el desprecio, la persecución por ser del mundo de la Tauromaquia es violencia. ¿Violencia? ¿Acaso incumplir la Ley no es el acto de violencia más superlativo de una democracia? Avanzo un paso más hacia los conceptos de coacción y de fuerza, ambos dirigidos de forma continuada desde hace muchos años contra las gentes de la Tauromaquia sin que ni la Ley ni el Estado hayan puesto coto a este permiso de caza al taurino.
Es la retórica de la hipocresía que quienes han alentado, fomentado y hasta pagado violencias, acusen ahora de violentos a unos padres de familia que buscan algo tan inaudito e incomprensible como es su sustento.
Un paso más adelante nos lleva aún a reflexionar sobre dos cuestiones. Una, que no existe en la historia pasada o reciente derecho alguno que no se haya recuperado en la calle. Ni uno. Decir lo contrario es mentir. Las gentes salen a las calles a hacer visible una situación. Un malestar, una injusticia, una urgencia vital. Es la retórica de la hipocresía que quienes han alentado, fomentado y hasta pagado violencias, acusen ahora de violentos a unos padres de familia que buscan algo tan inaudito e incomprensible como es su sustento.
Este país ha visto y ha padecido violencia en grado superlativo en Cataluña, obedeciendo a una estructura inconstitucional. Ha visto y padecido la violencia del terrorismo que ahora sale gratis. Y ha vivido escenas de fuerza en las calles de diferentes colectivos y trabajadores que piden poder mantener sus trabajos y sus gentes. Confundir la violencia con los actos de fuerza legítimos frente a un trato injusto, es democracia, le pese a quien le pese.
Este país tiene una extraña forma de calificar los actos y de responder a los mismos. Tres ruedas quemadas una mañana son violencia, vandalismo y con el resultado de no hacer ni caso a quien las quema. Tres mil ruedas quemadas treinta días seguidos serían causa de apoyos múltiples, con el resultado de que el sujeto de la protesta se sentaría con los que la ejercen. Una calle cortada día tras día tiene mejor respuesta social, política y de imagen que una protesta puntual de unos padres de familia maltratados de forma evidente.
Resulta que ahora, por primera vez, en el toreo hay ‘obreros’. Pues claro. Los hay en todo ramo, artístico o de fábrica. Los obreros han salido a las calles de este y de todos los países democráticos cuando la urgencia por un derecho les ha obligado. Pero como el toreo jamás ha usado la fuerza, ni siquiera cuando insultan a sus muertos sin haberlos enterrado aún, resulta que el toreo ni tiene fuerza ni tiene obreros. España se está dando cuenta de que los tiene.
La violencia es aquello que hace que un ser humano, afónico de tanto pedir hablando millones de veces, comience a hablar con cerillas.
Con una hipocresía social sectaria. Si una minoría de gente sale a la calle a pedir pan y sal y no están herrados con la marca de la Tauromaquia, todos los colectivos existentes harían piña en apoyo instantáneo. Pero la marca del toreo es marca de apestado. No obstante, hasta los apestado tienen sus derechos. ¿Violencia? ¿Vandalismo? Violencia en una Ley incumplida ya más de una década sin que el toro haya quemado una sola rueda. En lugar de hacerlo se ha sometido a la injusticia de forma lamentable.
Anda el toreo con sus dirigentes a la espera de que su buena educación, su buenismo, sus formas correctas, tengan algún rédito. Que no quemar una rueda sea bien visto por el de enfrente. Que no quemarla sea una carta mejor a la hora de negociar con los de enfrente. Corro el riesgo de ser acusado de incitar a lo que no incito. Pero afirmo de forma libre que el problema real es que han sido solo tres ruedas y un rato. Tres mil ruedas y más ratos no son violencia. La violencia es aquello que hace que un ser humano, afónico de tanto pedir hablando millones de veces, comience a hablar con cerillas.